Raimundo Fitero
DE REOJO

Neulas

No conozco la traducción del vocablo catalán “neula”, que es una especie de barquillo tubular, hueco, que se come con los turrones y el cava. Para algunos forma parte del ritual, sorber el cava por la neula. Se humedecen y se pueden romper, pero hay que saber usarlos con diligencia para que no se queden en la copa. Me encantan las neulas de chocolate. Mientras recuerdo mi niñez, mi juventud, las veces que me he juntado alrededor de una mesa para comer turrones y neulas, me viene una pregunta recurrente, ¿a quién le interesa lo que diga el Borbón?

Los medios de comunicación hasta le dedican editoriales, los analistas se interesan por descifrar los supuestos mensajes, los partidos políticos hacen ver que les afecta de manera indirecta lo que le han hecho decir al cuñado de Urdangarin. Pero yo voy por las tabernas, los parques, los centros comerciales y la gente no sabe nada de eso. No le dan importancia. No lo ven, y si tienen la tele enchufada por circunstancias coyunturales fruto de la costumbre de tener de compañía al electrodoméstico esencial haciendo ruido, no le prestan atención ninguna. Y los cuñados, si lo miran es para intentar hacer chistes. Se trata de un acto inútil.

¡Qué dice usted, antisistema! No es nada inútil. Forma parte del tejido emocional de un concepto del poder centralista. Es la continuidad obvia del franquismo. Con la televisión única, en blanco y negro, apareció cada nochebuena el caudillito y se convirtió en un rito. El suegro de Urdangarin, hoy rey emérito (manda güevos) le dio prolongación en pal color. Y ahora Felipe VI, al que nadie sabe de dónde ha salido (bueno sí del aparato reproductor de una reina), es el que intenta hacerse un hueco en los memes republicanos. A mí las neulas me saben mejor con Raphael, otra figura obligatoria de este pesebre televisivo.