GARA Euskal Herriko egunkaria
GAURKOA

Luchar por este país y... visualizarlo


En estas fechas de fin de un año y comienzo de otro, resulta sugestivo echar un vistazo a lo que venimos haciendo y a lo que nos queda por hacer en la izquierda abertzale. Por citar elementos básicos, ahí tenemos la promoción del aprendizaje y uso del euskera; el impulso a la gestión institucional desde el pueblo; incentivar la igualdad de la mujer y del hombre en el campo político, cultural, económico y social; estimular al obrero a intervenir en la orientación de las empresas; exigir el acercamiento y liberación de los presos. Y gobernarnos a nosotros mismos.

Hay, en todo caso, una tarea muy importante que la tenemos en paños menores. ¿Cuál es? Visualizar nuestra tierra. Así de simple. Se da la circunstancia de que tenemos muy vistas ciertas zonas de este país nuestro, pero hay otras que nos suenan poco. O casi nada. Podemos citar entre ellas a Zuberoa en la esquina norte, de 760 kilómetros cuadrados, o Encartaciones, con sus 430, lindando con Santander, el valle de Aiala en Araba con sus 24 pueblos, o el llamado Condado de Treviño. Pero hay, además, una zona muy amplia que apenas visualizamos a pesar de su enorme proceso histórico y su importancia. ¿De veras? Vamos a hacer un viaje por ella y lo comprobamos.

Arrancamos desde la cuenca de Pamplona. Saliendo de ella, ya en Tiebas, vemos las ruinas de un baluarte que tiene ochocientos años. ¡Vaya, qué curiosidad! Seguimos. Ya estamos en la «zona media» de Navarra. A la derecha asoma el cerco de Artajona. Un conjunto amurallado desde hace casi mil años, con nueve torreones unidos por un camino de ronda.

Seguimos, y dejamos a la derecha Pueyo, edificado en un alto, (sobre un poyo o podio que le da el nombre) para hallarse más protegidos de cara a invasiones de otros pueblos. Continuamos hasta Tafalla. Ruinas de murallas, palacios, y una editorial independiente desde finales de los 80 –Txalaparta– con publicaciones de enorme importancia, máxime sobre el proceso y ámbito político vasco.

Torcemos a la derecha. Y nos topamos con un pueblo que, en origen, estaba también edificado en lo alto del monte. Y que por eso le llamaron Pietra Alta, o sea, Peralta. Con cuevas convertidas durante largas épocas en viviendas. Tiramos hacia Marcilla. Con su monumental castillo y palacio, y cuatro torreones enormes en sus ángulos. Un detalle histórico: estamos en zonas de Navarra donde fueron miles los asesinados por los franquistas en la guerra civil de 1936.

Seguimos en dirección al Ebro. Tierras abiertas por una parte y otra. Kilómetros y kilómetros. Cereal, huertas, frutales, canalizaciones para el riego. ¿La tierra vasca es un país montañoso y de costa? Evidentemente, es mucho más variada.

Pasamos Villafranca, dejamos a la derecha Milagro, también en una elevación del terreno, siempre como estrategia defensiva en su tiempo. Y, tras cruzar por Castejón, llegamos a Tudela. Con su casco viejo y huellas de la época romana, y asimismo de la musulmana que duró más de cuatro siglos. Junto a tramos de la población judía. Unos kilómetros más y llegamos al último pueblo, Cascante, con la impronta que le dejó la época musulmana en el sistema de regadío. Y la instalación de trujales para la obtención de la oliva. Además, en Cascante hubo la primera fábrica de cerillas desde mediados del siglo diecinueve. Hablamos con un vecino y nos dice «nosotros somos el culo de Euskal Herria».

Regresamos por Arguedas. Tomamos un desvío hasta la Ermita de la Virgen, en lo alto de la llamada Sierra del Yugo. De frente tenemos las Bardenas: una superficie de 41.845 hectáreas. Con 45 kilómetros de largo desde su extremo norte hasta el sur, sus inmensas terrazas rotas por barrancos profundos que ejercen como ríos estacionales, y las elevaciones que asoman por una parte y otra, en forma de triángulo, compuestas por arcilla, y protegidas en la parte superior por una capa de arenisca y caliza. ¿Esto es Euskal Herria? Desde luego.

Vueltos a Pamplona, tiramos hacia la Sierra del Perdón. Pasamos por Obanos y Gares, con su historia de caballeros, y de peregrinos y mercaderes que hacían el camino de Santiago. Más adelante tenemos Estella, con 900 años de historia, y sus tres burgos de San Pedro, San Miguel, San Juan, que todavía sigue teniendo el comercio como su principal actividad económica.

Seguimos la carretera, dejando a la izquierda el monasterio de Iratxe, uno de los conjuntos monumentales más importantes de toda Navarra. Divisamos Montejurra, lleno de historia como refugio de carlistas. Luego pasamos por Villamayor, con el castillo de Monjardín a 680 metros de altura, conquistado a los musulmanes el año 909 por Sancho I Garcés.

Y seguidamente nos vemos de nuevo en una superficie llena de cereal, viñedos, olivares, maíz, alfalfa, huertas. Y a lo ancho de una parte y otra, docenas de pueblos. Con menos habitantes que hace décadas. No es que la gente escapa de la tierra. Sucede simplemente que las nuevas técnicas de labranza posibilitan que las tareas del campo puedan ser realizadas por menos personas.

Viana es la última población de cara al Ebro. Resulta sorprendente mirar sus murallas. Como si la historia, olvidada por los habitantes de Kostalandia, estuviera quieta allí, por si alguien quiere encontrarse con ella, curioso y a la vez huérfano de datos. Siguiendo por Araba nos topamos con Labraza, pequeño pueblo amurallada. Y a continuación con toda la Rioja alavesa, al pie de la Sierra Cantabria.

Regresamos a la costa. El cerebro nos funciona por su cuenta. Sin presionarle. Nos dice que debemos pulir nuestros documentos. Los ponemos sobre la mesa. Son muchos y variados. Pasamos una y otra página. ¡Mira por dónde, no se habla de esas zonas que hemos visitado! No hay consideraciones, ni citas sobre esas tierras de Euskal Herria, ni planes sobre ellas. ¿Qué nos toca pensar? De momento, hay una conclusión innegable. Simple. Que a estas gentes les hablamos del euskera, del derecho a la independencia, del socialismo, de que somos un pueblo antiquísimo según lo muestran los etnólogos. Pero no les hablamos de ellas mismas.

Cabe sospechar, por ello, algo muy penoso. Que esas gentes y esas tierras no se sienten queridas, ni apreciadas, ni tenidas en cuenta en nuestras preciosas estrategias. «¿No estaremos exagerando con ese recelo? Tenemos votantes y militantes en todos esos pueblos». ¡Claro, debe serles muy sugestivo oír que también ellos son Euskal Herria! Y escuchar que los reyes navarros eran llamados «reyes de los vascones». Siempre hay personas que nos perdonan el no citar sus tierras, o el no hacer reuniones importantes abertzales en esas tierras, o el no reconocer explícitamente su esfuerzo por despertar el euskera, o que no sepamos dónde está Pueyo aunque sí dónde está Elorrio, o el no presentar fotografías del Ebro, o el no mencionar Viana como símbolo de la historia y defensa frente a los monarcas castellanos…

Una sospecha sangrante. Tal vez no debemos llamarnos abertzales, sino simplemente kostazales. O mapazales. Nos sobra la mitad de la tierra de los vascones. A no ser que giremos nuestra mirada y renovemos a fondo nuestras imágenes, nuestros escritos y nuestras tareas.