03 ENE. 2018 CRÍTICA «Final portrait: el arte de la amistad» Bocetos para una sesión pictórica infinita Koldo LANDALUZE En su nueva apuesta detrás de la cámara, el actor Stanley Tucci no ha querido arriesgar al máximo a la hora de recrear en imágenes un encadenado de anécdotas centradas en un episodio que compartieron el pintor y escultor Alberto Giacometti y el escritor estadounidense James Lord cuando el primero, allá por 1964, decidió invitar al segundo para que posara para él en la elaboración de un retrato. Aceptada la invitación, lo que no sabía el desdichado escritor es que lo que se suponía iban a ser varias jornadas de trabajo, se acabaría convirtiendo en una agotadora sesión de posado que se prolongaría durante semanas. Esta es la tímida ruta que asoma de un paisaje pictórico resuelto sin excesivo puntillismo y en el que prima el trazo fugaz de un boceto. Si bien cabe destacar que el cineasta no haya querido abusar de los tópicos del biopic a la hora de intentar dotar de un mayor empaque algo que en realidad no lo necesita, el filme se queda a mitad de muchas cosas debido a que el conjunto dramático nunca se amolda a un estilo concreto y a pesar de que el género de la comedia habría sido el más oportuno. Todo en “Final portrait” gira en torno a un Geffrey Rush que nunca suele desaprovechar su faceta más “circense” para acaparar el gobierno de un personaje tocado por la gracia de la locura creativa. El Giacometti pintor que nos descubre Tucci goza de un notable perfilado y en sus enfados constantes topamos con esa rabia que provoca una mala pincelada. Por contra, el sufrido escritor que encarna Arnie Hammer está condenado a permanecer en el ostracismo de un muy segundo plano debido a que su personaje no goza de un acabado similar al que interpreta Rush. En esta disonancia se encuentra el mayor lastre de una película agradable, que nunca aburre y que incide, como en tantas ocasiones, en el esfuerzo que conlleva la creación artística.