«Nuestros hijos no se merecen tener que soportar esta carga»
En la actualidad son 113 los menores de 18 años con el padre, la madre (o ambos) en la cárcel. Los llaman los «niños de la mochila». Sus vivencias y problemas han quedado en un segundo plano durante años. Ahora empieza a romperse el tabú.
El hecho de que haya decenas de niños y niñas obligados a recorrer cientos de kilómetros para poder visitar a su padre, madre (o ambos) presos en cárceles españolas y francesas no es un fenómeno nuevo. Sin embargo, esta problemática apenas se ha exteriorizado hasta ahora. ¿Por qué razón?
Enara Izagirre: No sé. Quizás porque temíamos estigmatizarlos o que se percibiera como que los utilizábamos.
Iñaki Barrutia Arregi: Bueno, en situaciones complicadas y dramáticas como es el caso, la tendencia es a normalizar y a proteger al menor. En el caso de las madres (que son mayoría) la necesidad de normalizar les lleva a la negación porque conectan con el sentimiento de culpa que habitualmente asoma en los padres y madres en cuanto nuestros hijos e hijas tienen dificultades. Creo que lo ocurrido hace ahora un año a Izar fue un poco el detonante que hizo reparar a la comunidad en estas víctimas silenciadas y ayudó a que emerja la situación que tantos niños han vivido y siguen viviendo.
Usted ha realizado recientemente un estudio sobre esta temática. ¿Cómo procedió?
I.B.A: En primer lugar nos reunimos con tres grupos diferentes: dos de padres y madres de niños entre 0-11 años y de 12-18 años y un tercero de adolescentes. De las vivencias recogidas, elaboramos un cuestionario y del análisis de las respuestas hemos extraído qué tipo de sintomatología presentan, qué elementos comunes tienen, cuáles son más específicos… La conclusión más relevante es clara: se les ha arrebatado una parte de su infancia debido a las enormes distancias que tienen que recorrer para ver a su padre o madre. Han tenido que optar por una visita de hora y media o abandonar las actividades propias de cualquier niño en un fin de semana (juegos, celebraciones, fiestas…).
La sintomatología más frecuente en lo que respecta a la semana del viaje es la ansiedad. Unos días antes de la visita aparecen síntomas como inquietud, trastornos del sueño, humor cambiable. Luego, durante el viaje el estrés. Los niños absorben el estrés de los adultos, la tensión de cómo estará la carretera, la inseguridad. Y, evidentemente, la vuelta, el tener que separarte de esa persona querida y el cansancio generalizado tanto físico como sicológico. Necesitan un tiempo para volver a la normalidad.
El peso de la educación y de la crianza de estos niños recae principalmente en las madres. En la práctica el 88% son familias monoparentales de madres. ¿Cómo se lleva eso?
E.I: En nuestro caso tenemos una especie de vacío legal. Nuestra situación no está reconocida. A la hora de pedir ayudas sociales o solicitar una vivienda en Etxebide, por ejemplo, nos cuentan como pareja con hijos y no como una unidad familiar con un solo padre o madre. No tienen en cuenta que el padre de tus hijos no está. En realidad, es una situación peor que la de una familia monoparental en tanto en cuanto, además del peso de la crianza y educación de los hijos, también tienes que atender a las necesidades de la persona presa y hacerte cargo de los gastos de los viajes. En ese sentido, vivimos una situación bastante desamparada. Menos mal que tenemos mucho apoyo de la familia y del entorno.
En el caso de los niños que están en la cárcel, uno de los momentos más difíciles es el de la separación de su madre cuando cumplen 3 años.
I.B.A: Sin duda. Y es un momento que hay que preparar muy bien porque es casi siempre traumático tanto para la madre como para su hijo/a. En la cárcel lógicamente se desarrolla un vínculo de apego muy potente, no solo porque está en exclusiva con la madre, sino porque la necesidad de afecto de ambos se complementa sobre todo en un contexto muy hostil y nada facilitador de manifestaciones de afecto. Por lo tanto, la exclusividad afectiva de madre e hijo retroalimenta e intensifica ese vínculo de afecto, llegando a la hiperfusión. Por eso, es muy importante anticipar y trabajar con tiempo una figura de apego alternativa y elegir la persona adecuada (amama, aita, izeba…) manteniendo el lazo afectivo con elementos transicionales, objetos llenos de contenido simbólico de esa relación fusional. Una casa, un trapo de cocina, un muñeco de trapo, un cojín…
E.I: Además, cuando los niños son pequeños (los míos tienen 2 y 7 años) normalmente solemos limitar las visitas a las de vis a vis familiar porque es muy frustrante para ellos ver a su madre o a su padre desde un locutorio y no poder tocarles o abrazarles.
¿Cómo es el trato de los funcionarios hacia ellos cuando van de visita?
E.I: La cárcel es un universo hostil también para los niños. Los funcionarios no se andan con miramientos con ellos, no los ven desde el prisma de que son niños. Me ha solido tocar situaciones de cachearlos, incluso de hacernos quitar el pañal. Los vas “educando” para que no creen situaciones de tensión y la verdad es que se adaptan.
Y a pesar de todo, en el poco tiempo que están con su padre o su madre, se establece un vínculo muy especial.
E.I: Es cierto. Yo suelo flipar con mis hijos. No sé si es magia o qué... Quizás es lo que les transmitimos tanto su padre como yo y ellos perciben ese sentimiento.
¿Cómo se responde a los niños cuando empiezan a preguntar la razón por la que el aita o la ama están en la cárcel o cuando volverán a casa?
I.B.A: Es complicado porque exigen respuestas absolutas a cosas muy concretas y las respuestas suelen ser relativas. El contexto lleva a la polarización bueno-malo… No hay elementos de matiz. Lo que he observado en los cuestionarios es que las madres utilizan mucha creatividad e imaginación para conseguir superar binomios como cárcel-malhechor o terrorista-héroe. Lo fundamental es el vínculo que van estableciendo y eso deshace cualquier categorización maniquea.
¿Y cuando se dan cuenta de que ellos mismos son castigados con la dispersión?
E.I: Cuando toman conciencia de que hay cárceles más cercanas, el sentimiento de rabia de tener que hacer tantos kilómetros se convierte en indignación e ira por ese castigo añadido.
También suele haber épocas en las que no quieren ir a las visitas…
I.B.A: Ocurre principalmente en la adolescencia. Es importante actuar con flexibilidad y sobre todo de forma cohesionada entre la persona presa y quien está en el exterior. Es más eficaz estimular el deseo que forzarlo. Si la persona presa tiene una comunicación eficaz y afectiva con su hijo o hija eso facilita mucho ese trance porque la adolescencia es lo que es y hay que aceptarlo y entenderlo desde esa perspectiva.
E.I: Yo no me veo obligando a mis hijos a ir a ver a su padre y él tampoco. Creo que respecto a otras generaciones sí ha habido un cambio cultural en esto porque antes se priorizaba al preso y el deseo del adolescente quedaba en segundo plano.
¿Cómo se lleva socialmente, en la escuela o en la calle ser hijo de preso/a?
E.I: En mi caso me siento afortunada porque tengo un entorno que nos arropa mucho pero no todas tienen la misma suerte. La cárcel es tabú en la sociedad, también en el ámbito de la enseñanza. Muchas veces los profesores nos dicen que no saben cómo tratar el tema. Para ello estamos elaborando una unidad didáctica específica desde la perspectiva de la diversidad de las realidades familiares que conviven en la ikastola para poder trabajar y visualizarlo en las aulas. Queremos fomentar la empatía del profesorado, para que por ejemplo tengan en cuenta el estado emocional del alumno después de una visita o para que se puedan tomar decisiones como el de no poner exámenes los lunes.
Con todos los problemas y obstáculos que conlleva ser padres en estas circunstancias, no será fácil tomar la decisión de serlo. Hay quien no lo entiende…
E.I: Bueno, entiendo que no lo entiendan. Pero en el universo de la cárcel hay que elegir entre vivir o morir. Hemos apostado por lo primero. Es verdad que son decisiones muy difíciles pero también muy meditadas.
Se tiende a pensar que en esa relación padre-madre/hijo-hija todo es bastante duro, triste. Pero, bueno, también habrá momentos buenos…
E.I: Muchos. Diría que la mayoría. Ahora estamos poniendo el foco en las dificultades pero son niños que están rodeados de mucho cariño y muy arropados. Creo que con todo, son niños felices. Eso sí, no se merecen tener que vivir con esta carga añadida por la política penitenciaria de excepción.
Si hubiera un cambio en la política penitenciaria su situación no sería tan dura…
E.I: Evidentemente. Si se dejara de aplicar la dispersión, por ejemplo, las madres que actualmente están en la cárcel con sus hijos (hay dos en Picassent y otra que va a ser madre dentro de poco), podrían estar en Zaballa. Es más; si se aplicara la legislación ordinaria, tanto ellas como el 94% de padres y madres presos podrían acceder a la libertad condicional o a cambios de grados, lo que les permitiría estar con sus hijos. Y si se priorizaran los derechos de los niños como lo propugnan todos los textos y convenios internacionales, todos ellos deberían estar con sus hijos, en casa. Esto es lo que vamos a volver a reclamar, entre otras cosas, el día 13 en Bilbo porque es posible y porque los necesitan ahora y no dentro de 20 o 30 años.
Estos chavales, aparte de sus libros, dibujos o cartas, llevan muchas más cosas en su mochila. En su estudio, destaca su capacidad de resiliencia…
I.B.A: Sí. Han tenido un segmento importante de la población y la familia extensa que les ha ayudado a entender el sufrimiento continuado, lo que les ha permitido integrar el sufrimiento de forma adaptativa en su vida. Con lo cual, han desarrollado una mayor capacidad de resiliencia, esto es, una mayor capacidad de enfrentar con éxito futuras crisis personales. Les ha hecho, probablemente, más fuertes emocionalmente. Lo cual no quita para que la política penitenciaria arbitraria basada en la venganza y en la crueldad que se ha impuesto a los presos políticos vascos trasciende a la persona que está presa y afecta a la familia y, más en particular, a la parte más vulnerable que son los hijos/as. En muchos casos esto se ha silenciado o ellos mismos han silenciado el sufrimiento por no agravar más la ya dura situación pero ellos también han padecido y están padeciendo las consecuencias injustamente.