EDITORIALA
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Somalia: entre la guerra y la esperanza

Más de dos décadas dura ya la guerra en Somalia. Otra guerra olvidada, en este caso, en el este de África. GARA publica hoy el último de una serie de reportajes en los que se han ido desgranando las principales claves de este largo conflicto. Posiblemente Somalia sea uno de los ejemplos actuales más claros de los límites y de las desastrosas consecuencias que tienen las políticas basadas en el intervencionismo para ayudar a la resolución de conflictos en el mundo.

Desde la huida del presidente Said Barre en 1991, Somalia es un Estado fallido. Dividido en zonas controladas por diferentes clanes se ha convertido en tierra fértil para la proliferación de piratas, señores de la guerra, y para el proselitismo de toda clase de grupos yihadistas, incluido en los últimos tiempos el ISIS. A la debilidad interna se ha sumado las constantes intervenciones exteriores, que empezando por Estados Unidos y su ubicua «guerra contra el terrorismo», no han hecho más que agravar el conflicto, empobrecer a la población y profundizar en la desorganización del país. Aunque Estados Unidos nunca se ha retirado completamente, el relevo lo tomó una misión de la Unión Africana que trata de reestablecer un precario orden en el país. Una fuerza militar que es vista como intervencionista y que despierta la antipatía de la población local. Frente a ella, el principal grupo somalí, Al-Shabab, al que se relaciona con Al Qaeda, es considerado, incluso por algunos miembros de esa misión internacional, como una milicia con arraigo que continuará luchando en su tierra cuando la Unión Africana se retire. De alguna manera reconocen que, más allá de la propaganda de grupos yihadistas internacionales, Al-Shabab y organizaciones similares hunden sus raíces con fuerza en la pobreza y el intervencionismo.

A pesar de la larga guerra, de la pobreza y de la inacabable intervención extranjera, los somalíes continúan con su vida y sus proyectos, dando nueva forma a la esperanza.