QUESADA, EL PIONERO DE ETA MACHACADO POR LA TORTURA
Hoy, 29 de enero, hace exactamente 50 años del fallecimiento de José María Quesada Lasarte, uno de los primeros voluntarios de ETA. Tenía 33 años y fue detenido, golpeado y torturado en numerosas ocasiones, siempre bajo las órdenes de Melitón Manzanas, la última el Primero de Mayo de 1967, cuando su salud estaba ya muy quebrada. Su muerte, en 1968, precedió en unos meses a la de Txabi Etxebarrieta, cuyo 50 aniversario será recordado, asimismo, en junio de este año. Esta es la historia.
José María Quesada nació el 23 de julio de 1934 en un modesto piso de la calle Fermín Calbetón, en la Parte Vieja donostiarra. Dos años más tarde vendría al mundo su hermana Juani. La madre, Teresa Lasarte Imaz, había llegado a la capital guipuzcoana en busca de trabajo desde Ondarroa. El padre, Eugenio Quesada Urkia, trabajaba en Contadores, y provenía, por parte paterna, de Asturias.
Eugenio Quesada se alistó de inmediato en el Ejército republicano vasco tras la sublevación militar franquista. Murió, según los datos del Gobierno del lehendakari Agirre, en mayo de 1937 en los combates en el Bizkargi. Sin embargo, aún hoy, 80 años después, sus restos siguen desaparecidos y su nombre figura en las listas que gestiona la Sociedad de Ciencias Aranzadi para su búsqueda.
La viuda Teresa tuvo que sacar adelante a los dos hijos de corta edad, limpiando pisos y llevando la portería de la que sería vivienda de la familia, ya en el barrio de El Antiguo. Allí creció José Mari, que desde muy joven tuvo que abandonar los estudios y trabajar, al comienzo en una tienda de repuestos de linternería.
En la segunda parte de la década de 1950, el barrio de El Antiguo concitará una actividad juvenil extraordinaria en torno a la parroquia de «los Luises» (San Luis Gonzaga). Las salidas montañeras se convirtieron en módulo de escape y, por extensión, de organización juvenil. José Mari Quesada y su cuadrilla estaban en medio de actividades que cada vez fueron más políticas.
En 1958, José Mari sufrió la primera detención, que de los calabozos de la comisaría que dirigía Melitón Manzanas le llevó por varios días a la prisión de Martutene. Desde entonces y hasta 1962 sería detenido media docena de veces. Ya tenía preparada una manta que se echaba encima cuando inspectores de paisano llamaban a su puerta en la casa Ederrena, donde vivía con su madre y hermana.
Hace un par de años, el historiador Mikel Aizpuru ha dado publicidad a un documento del Archivo Histórico Nacional en el que un informe policial de 1961 relata el hilo que condujo al nacimiento de ETA. Para la inteligencia española, José Luis Álvarez Enparanza Txillardegi era el máximo líder de la Juventud Vasca (Eusko Gaztedi), seguido en el «escalafón orgánico» por José Mari Quesada.
Captación y Nafarroa
El nacimiento de ETA tuvo en el barrio de El Antiguo a una gran parte de sus militantes, entre ellos a Txillardegi. También a los hermanos Albisu –Rafa y José Antonio–, Pontxo Iriarte, Iñaki Balerdi, Valentín Angiozar, Eduardo Ferrán... y José Mari Quesada, a quien, por su capacidad de convicción, la primera dirección de la organización le encomendó la tarea de responsable de la captación de nuevos miembros.
En julio de 1961, tras el descarrilamiento de un tren de veteranos combatientes franquistas y la quema de dos banderas españolas, la Policía practicó una gran redada en Gipuzkoa y Bizkaia que desmanteló la mayor parte de la nueva organización ETA y en particular de su sexta rama, la activista. La compartimentación de tareas en la clandestinidad y las dudas policiales, aún eran incapaces de discernir entre los militantes de ETA y los de Eusko Gaztedi, salvaron a Quesada del ingreso en prisión. No así a la mayoría de sus compañeros, incluida su cuadrilla, que acabó en la cárcel.
Para descongestionar su situación personal, la nueva dirección de ETA, ya ubicada en Ipar Euskal Herria, encargó a Quesada la difícil tarea de organizar cuadros para la organización en Nafarroa, donde aún no había llegado. Así que, a pesar de residir en Donostia, José Mari Quesada sería el primer responsable de ETA en el Viejo Reyno. Eneko Irigarai tuvo un encuentro con él en Hendaia y, semanas más tarde, Julen Madariaga con Pontxo Iriarte y José Antonio Albisu, que acompañarían a Quesada en la estructura dirigente de ETA en Nafarroa.
La decisión de tender puentes hacia Araba y Nafarroa la había tomado ETA en su primera asamblea (mayo de 1962), celebrada en el monasterio de Belloc. Para Nafarroa, además, Quesada, Iriarte y Albisu iban a contar con una publicación distinta al ‘‘Zutik’’, de nombre ‘‘Iratxe’’, a fin de reforzar su actividad persuasiva.
Hasta que el 18 de agosto de 1962 un grupo anarquista, con la ayuda de ETA –que había trasladado los explosivos hasta Donostia–, intentó el magnicidio. Franco, que veraneaba en el Palacio de Aiete (hoy Casa de la Paz y los Derechos Humanos), era el objetivo. El ingenio no llegó a explotar, pero las consecuencias fueron terribles: decenas de detenciones, palos de ciego y torturas. Atentar contra el dictador eran palabras mayores.
En esa misma fecha, José Mari Quesada asistía a la boda de su hermana Juani. De noche, los recién casados partieron de viaje de bodas hacia Iruñea. La Policía, mientras, entraba en el domicilio familiar, llevándose a José Mari. En comisaría sería apaleado hasta perder la conciencia, con porras y palos, en la cabeza. Manzanas ya tenía constancia de su militancia en ETA y ahora quería imputarle el intento de magnicidio.
Nadie sabe a ciencia cierta cuánto tiempo estuvo Quesada en la comisaría de Donostia. Otros compañeros le vieron con un aspecto lamentable en los calabozos de la DGS en la Puerta del Sol madrileña. Cuando llegó a la prisión de Carabanchel, el resto de internos quedó acongojado. Eduardo Ferrán recuerda que tenía la cabeza molida a golpes y que las rótulas de sus rodillas eran visibles. No podía andar y tenía los pantalones pegados a sus piernas.
Quesada sería juzgado en Consejo de Guerra (1.220/62) por asistir a una reunión donde se reorganizó ETA después de las caídas de 1961, por ser responsable de ETA en Nafarroa y por «repartir 8.000 pesetas entre familiares de presos políticos (sic)». La sentencia señalaba que militaba en una organización que «desde principios de 1959 es enemiga declarada del orden jurídico-social establecido en España, cuya finalidad política suprema se dirige a la independencia del territorio que denominan Euzkadi».
La agonía final
La prisión fue una tortura añadida para un maltrecho Quesada. Mejoró su euskara de la mano de Rafa Albisu y comenzó a tener terribles dolores de cabeza. Quienes le recuerdan hablan de un hecho sorprendente. En unos meses, su cabello se encaneció del todo pese a su edad; 28 años.
Salió de prisión a finales de octubre de 1963, aprovechando un indulto generalizado que ofreció el régimen franquista a la muerte del papa Juan XXIII. Pero ya nada sería igual. Quesada mantuvo sus inquietudes, sus relaciones con el entorno en el que había militado, pero su salud estaba sumamente quebrada. Su novia Arantza, del caserío Txokolatene de Ondarreta, recuerda sus terribles jaquecas y cómo los dolores le martirizaban.
En los años siguientes, José Mari fue operado en tres ocasiones. Todas ellas para superar los efectos de los golpes que había recibido en la cabeza. La primera fue una operación de oído, realizada por el doctor Larre. Las otras dos, en el cerebro. La inicial, a través de una trepanación que le hizo el doctor Arrazola y donde le descubrieron una zona afectada por necrosis. La segunda, para tratar de frenar la infección.
A mediados de 1967, Quesada comenzó a tener problemas con la memoria y padecer dolores insoportables. A finales de noviembre fue ingresado en el hospital de Donostia. Sus amigos, tanto de cuadrilla como de militancia, y en especial su cuñado Primi pasaban las 24 horas arropándole. Murió a mediodía del 29 de enero de 1968, hoy hace 50 años. Su cuadrilla le conocía con el sobrenombre de Poxpolio (recordando su mala dicción de poxpolo=cerilla). Su nombre de guerra, en la clandestinidad, fue Jaime.
Compañeros escribieron una necrológica en "Guia", revista de «los Luises» de El Antiguo: «En nuestra memoria quedará grabada siempre la sencillez de tu persona». El director del hospital comunicó así el fallecimiento a la familia: «No puedo decirles el origen de su muerte, pero ya lo imaginan».
Cincuenta años más tarde, quienes sobreviven al inexorable ciclo biológico de la historia y conocieron a Quesada no dudan en reafirmarse en que el militante donostiarra murió a consecuencias de las torturas infligidas por Melitón Manzanas y López Arribas en Donostia y por policías desconocidos en Madrid. Y que su agonía, que se prolongó varios años, fue horrible. Un testimonio refrendado por aquellos que compartieron militancia y se mantienen con vida en este 50 aniversario: Iñaki Larramendi, Eneko Irigarai, Eduardo Ferrán, Pontxo Iriarte, su cuñado Primitivo Lizarrondo e incluso su compañera de entonces, Arantza Bereziartua.