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JO PUNTUA

De himnos y banderas


Oía yo el otro día por la tele a un colega –resabiado, cínico y con costras– que “Els Segadors” tenía una letra agresiva (se veían imágenes de parlamentarios catalanes cantándolo) y belicosa y por eso el himno español –decía M. A. Aguilar, que de él hablo– «no tiene letra». No cabe mayor molicie entre quienes nomás ayer, como quien dice, aplaudían concursos para dar letra al himno español acomplejados de ver, con verde envidia y los hígados reconcomidos, a deportistas de otras naciones cantar sus epinicios en torneos internacionales.

Escribía yo aquí este mes sobre «lo emocional» pudiendo dar la impresión, acaso,de oponerlo a lo racional. Nada de eso, o no quise. Acá lo emocional se asocia a apelar al bajo instinto, léase implantar la prisión permanente revisable o legislar «en caliente». Regusto fúnebre, inquisitorial.

Los himnos son las emociones de las masas. Los anarquistas de Barcelona de fines del siglo XIX se iban a cantar al Tibidabo canciones de Clavé, fragmentos de Wagner o himnos revolucionarios como “La Internacional” con letra de Pottier escrita al calor de La Comuna de París impresionado por la sangrienta represión de la reacción burguesa. Unos anarquistas que querían tener su propio himno que cantar –siempre les gustó cantar– convocando para ello un certamen. Hasta entonces habían entonado siempre “La Marsellesa” (otro himno «belicoso», diría el patriota Aguilar) o “A las barricadas” (con música de “La Varsoviana”), probablemente el himno revolucionario más bello y hermoso de la era industrial. Un himno elegíaco, una vibrante reflexión –en palabras de Vázquez Montalbán– sobre la condición de una dura lucha en pos del «bien más preciado»: la libertad.

Nada amigo como soy de las equidistancias, sí de la dialéctica, diré que la bandera española, la rojigualda (la tricolor republicana es otra cosa) es, siempre, una bandera fascista. No es la bandera de la clase obrera ni de los trabajadores. Y nunca lo será.

Alguien tenía que decirlo.