Mertxe Aizpurua
Periodista
IKUSMIRA

La melaleuca

De los libros que leo, hay veces que guardo en la memoria cosas insospechadas. Atrapo nombres extraños, palabras raras que, de súbito, un buen día, aparecen asociadas a la vida real. La melaleuca, exclamé en silencio –si es que se puede exclamar en silencio–, al escuchar a una eurodiputada cuyo valor tiene más ligazón con su identidad como hermana de víctima de ETA que con su actividad de gestión para la ciudadanía, y que divide el mundo del dolor entre “el nuestro” y “los otros”.

La melaleuca es un árbol australiano. Lo introdujeron en Florida a principios del siglo XX, según supe en una novela de Susan Orlean. Chupan mucha agua, dejan sin sustento al resto de plantas que le rodean y no les gusta nada morirse. Si una melaleuca se da cuenta de que se va a helar, morir de hambre o de que la van a talar, lanza veinte millones de semillas antes de morir y se siembra a sí misma, así que puede decirse que al final acaba más viva que muerta.

Si la melaleluca tuviera perspectiva personal se diría que es una víctima. Como tal, sin capacidad de análisis y sometida a la respuesta emocional. Si tuviera perspectiva política, diría que manipula y sobrevive por encima de las reglas de la naturaleza, pese al daño que ocasiona en otras especies; dispuesta a matar para no morir.

La memoria genética lleva a la melaleuca a vivir mirando hacia atrás, en un presente atado por el pasado. Sucede cuando se teme el cambio y a reconocer que la tuya no es toda la verdad. Que tu vida no es la única que se ha vivido. El estado de shock protege a la melaleuca. Y desaparece, sí; pero en el tiempo. Despacio y gradualmente. En fin, cosas de la memoria, como decía al principio.