22 FEB. 2018 Fútbol internacional El fútbol que nos gusta Gennaro Gatusso resucita a su Milan a base de «no creerse Brad Pitt» mientras Lorenzo Insigne sueña con ser el «D10S» de Napoli. Joseba VIVANCO Gennaro Gatusso, futbolista cuyo dopaje era la pimienta y el sudor, como él mismo lo autodefinió, era de esos que mejor contigo que contra ti. «Llevo un animal dentro», confesaba. Defendía que solo conocía un modo de jugar a fútbol, que no era otro que la pasión, después más pasión y a continuación, todavía más pasión. Quizá por eso reconocía que al lado de Andrea Pirlo él tenía los pies cuadrados, que cada vez que observaba el fútbol de orfebrería de Andrea pensaba si realmente él era futbolista, y más si reflexionaba sobre su propio padre, 40 años, como solía recordar, ganando una miseria y él sintiéndose casi avergonzado cuando le decían que trabajaba mucho en el medio campo. «No es que yo corra, es que lo otros caminan», respondía. Un Quijote del balompié, un molde único, un perro rabioso dentro del césped, rudo y malencarado, villano, calabrés, un terrone del sur transalpino, siempre al servicio del equipo, que practicó el rugby antes que el fútbol, que de la nada llegó al todo con aquel Milan de los Pirlo, Inzaghi, Maldini, Seedorf o Shevchenko. El último en dar una bofetada durante un partido a un desconocido jovenzuelo llamado Zlatan Ibrahimovic o perseguir para clavarle un tenedor al bromista Pirlo... porque previamente habían escondido los cuchillos. ¿Pero qué esperar de alguien que se fue muy joven al Glasgow Rangers y allí estaba el irrepetible Paul Gascoigne cuya bienvenida en el vestuario protestante fue cagarle dentro de sus propios canzoncillos mientras estaba en la ducha? El ‘Sabio de Hortaleza’, sí, el mismo que tenía un amigo japonés ‘sexador’ de pollos, don Luis Aragonés, dijo una vez con su habitual socarronería que «si Gatusso es una referencia, yo soy monja». Pues sea o no, la realidad es que Ringhio (‘gruñido’) fue y ha vuelto a ser toda una referencia para su club del sudor y la pimienta. Gennaro tomó en noviembre las riendas de un alicaído Milan, errático en la Serie A tras desembolsar más de doscientos millones de euros en verano en fichajes. Hoy, los rossineri llevan diez partidos consecutivos sin conocer la derrota, siete victorias y tres empates. El singular técnico ha dado la clave: «No debemos pensar que tenemos los ojos azules y el pelo rubio y que nos hemos convertido en Brad Pitt. Debemos ser todos feos, negros como Calimero y con ojeras». Eso, y descubrimientos como la joya canterana de nombre Patrick Cutrone, delantero goleador de 20 años y el ‘63’ a la espalda, al que hasta el propio ‘Rino’ compara con su ex compañero ‘Pippo’ Inzaghi. Napoli y Juve, a cara de perro Sea como fuere, ha revivido al Milan y hasta el veterano central Bonucci, otro ‘soldado’ como él pero llegado de la Juventus, confiesa que «no éramos un equipo hasta que llegó Gattuso. Hemos cambiado completamente. Nos ha dado mentalidad, sentido de pertenencia y un gran nivel físico». Incluso reconoce que «al principio creía que tenía que ser el salvador del club. Gattuso me ha quitado presión y la ha asumido él». Los milanistas son séptimos, en la pelea por una plaza europea, mientras en Italia se destapa que el holding Shenzhen Jie del propietario del club, Yonghong Li, estaría en bancarrota. Y mientras, este fin de semana, visita a una Roma de Luciano Spalleti que ha reconocido que «volvería a decir sí al Inter si volviese atrás». Quizá porque en los giallorossi las cosas no están yendo como esperaba, aun siendo terceros en la tabla. «Doy un 9 a la primera parte de la Serie A, un 4 a la actual y un 10 si entramos en Champions», ha dicho el técnico que disfruta con el juego de otra incipiente promesa que ahora mismo está en boca de todos en Italia, el turco Cengiz Ünder, 20 añitos, extremo zurdo y por el que su nuevo director deportivo Monchi pagó 15 millones de euros en verano. Nombres a no olvidar como el del Napoli de Maurizio Sarri, hijo de la ciudad partenopea, que lleva las riendas de un equipo que está haciendo época pero quiere acabar bien el cuento de hadas. Nunca antes en la historia el equipo había sumado 66 puntos tras la disputa de 25 jornadas, y nunca antes había sumado 9 victorias consecutivas. Su problema es que la Juventus, a la que aventaja en un único punto, lleva también las mismas fechas contadas por triunfos. Pugna en todo lo alto que sitúan al campeonato italiano como el más competido de las grandes ligas, con permiso de esa pugna que en Portugal mantienen Porto, Benfica y Sporting, en dos puntos de diferencia. Y si hay alguien que encarna como pocos este Napoli, además del eslovaco Hamsik o incluso el propio Callejón, ese es el napoletano Lorenzo Insigne. De familia muy humilde, durante su infancia se pasó el día llorando a su padre para que le comprara las R9, plata, azul y amarillas, con las que el brasileño Ronaldo jugó el Mundial de Francia del 98. Y eso en Napoli, el Vaticano de la veneración por el único y auténtico ‘D10S’ Maradona, era pecado mortal. Donde estuvieran las negras del ‘Pelusa’... Al final, tras recorrer un sinfín de tiendas, encontraron los botines del astro brasileño ¡que jugaba en el Inter! «Ese recuerdo, de mi padre –tifoso hasta la médula del Napoli– pagando las botas y entregándome la caja, permanecerá conmigo para toda la vida», rememoraba Lorenzo hace unos días en un artículo suyo publicado en ‘‘The players tribune’’. Aquellos borceguíes los cuidó cada día, los abrillantó tras cada partido, tanto que hasta se dejaron de vender, tanto que hasta rompió a llorar cuando acabaron descosidos y rotos por tanto golpeo a la pelota. Para alguien que de crío hacía una bola de papel que patear con las mismas hojas en las que tenía que hacer los deberes... «Nos gusta, pero es pequeño», le decían a su padre con cada prueba para fichar por un equipo. Inter, Torino... Con 14 años dijo basta, tras comprobar cada mañana que durante la noche no había crecido ni medio centímetro. Pero no había alternativa al fútbol. Y al año siguiente, el Napoli le dijo sí. Desde ese día solo soñó que si vistiera la camiseta azurra en San Paolo, podía morir feliz. Pasaron los años y en 2010 cumplió su sueño, lejos de casa, en Livorno. «¿Hay alguien en el vecindario para recibirme?», preguntó a su padre, después de que un hijo del humilde barrio de Frattamaggiore hubiera debutado con los mayores. «No», le dijo, «es tarde y se han ido a casa». Al llegar, todo el barrio estaba ahí. Fuegos artificiales, cánticos, hasta una tarta dedicada a él. No olvidaría jamás la cara de su madre, la primera hincha napolitana desde ese día. Neflix se quedó sin tifo Salió cedido, creció como jugador, que no de estatura, e hizo todo lo posible para regresar al Napoli, por su amor a... la joven Jenny, hermana de un amigo de la infancia, a la que pidió que se fuera con él, pero «si sabes algo sobre el sur de Italia», su familia dijo que nones. Se ganó la vuelta a base de goles, jugó, y su primer tanto lo dedicó a su hijo que estaba en camino, mientras San Paolo coreaba su nombre. Han pasado seis años. Y como confesaba estos días otro gran capitán como Danielle De Rossi, «se me pone la piel de gallina cada vez que me pongo la camiseta de la Roma. Para mí, ponerse la maglia giallorossa es como ponerse una armadura». El sueño comenzó con unos calzados, los de Ronaldo. «Tenías buenas botas. Eras un genio. Tú fuiste mi inspiración. Pero soy napolitano, así que tengo que decir que solo hay un rey, y su nombre es Diego». Hoy, el sueño es otro, alzarse campeón. Por su padre, por Nápoles. Y entonces él será el nuevo ‘D10S’. Gennaro Gatusso se quejaba de que hoy los futbolistas marcan un gol y se sacan un selfie. Y lo odia. Quizá por eso nos gustan las sencillas historias de los ídolos sin pies de barro. O de las luchas de David contra Goliat en las que gana el pastorcillo con su honda. Como la afición del Marsella, cuya presión popular consiguió que el canal televisivo de pago Netflix anulase el tifo pagado con el que pretendía promocionar en la grada del Velodrome la segunda temporada de la serie ‘‘Marseille’’. O como la protesta de la hinchada del Eintracht Frankfurt contra el primer partido de la Bundesliga jugado en lunes, tapando durante unos minutos las vallas publicitarias y provocar el retraso del partido ante el Leipzig, para luego lanzar en el descanso numerosas pelotas de tenis al césped. Y todo en la semana en la que el ‘Doctor’ Sócrates hubiera cumplido 64 años. Falleció en 2011, pero su puño en alto será sinónimo del fútbol que nos gusta.