¡Rebelión masiva a imitar!
Es la generación que luchó contra el franquismo porque lo había sufrido en sus carnes, la que creyó que tocaba con los dedos la «ruptura democrática» al morir en la cama el dictador Franco. Sí, la que corrió ante los grises y los marrones, sufrió la reconversión industrial, realizó política en la clandestinidad, reactivó la lucha sindical en los centros de trabajo, luchó por recuperar el euskera y por una educación pública laica. Además, las mujeres de esa generación, a pesar de estar condenadas a ser el «ángel del hogar», siempre decían a sus hijas (sin haber leído a Virginia Woolf): «Estudia, para tener un buen trabajo y no depender de nadie, para que tengas tu casa y tu dinero y ser libre».
Sin embargo, actualmente observan que tienen nietos y nietas con un alto capital cultural pero con empleos precarios que se vieron forzados a emigrar. En muchos casos, sus hijos e hijas tenían empleo y con la crisis lo perdieron, y ahora tienen 50 años y están desempleados. Otros tienen empleo con convenios donde se cobra menos de 1.000 euros. Por tanto, son los aitites y amonas quienes tienen que ayudar con su escuálida pensión a sus descendientes. En algunos casos, las que se ven obligadas a sostener la familia son viudas que cobran el 52% de la base reguladora de su cónyuge, es este el premio a toda una vida dedicada al cuidado de las personas dependientes y a las tareas domésticas. Con el dinero que estas mujeres han ahorrado al Estado, se les podría pagar una pensión muy bien retribuida. Pero no, muchas cobran menos de 400 euros al mes. Así, es lógico que el rostro de la pobreza en nuestras sociedades sea el de una mujer mayor. Esta es una de las situaciones sobre las que se quiere poner el foco en la huelga feminista planteada para el 8 de marzo.
Con este panorama, barruntábamos una revuelta, se dan las «condiciones objetivas» para que los y las mayores tomen las calles y, con varios lunes de entrenamiento, el lunes 19 de febrero de 2018 llegó el gran día. Una marea impresionante de personas ha decidido pelear por un sistema público de pensiones, es decir, luchar por su presente y por nuestro futuro.
La generación del «baby boom» tenemos miles de razones para unirnos a esta lucha: en primer lugar, porque a las empleadas nos condenan a trabajar hasta los 67 años e incluso algunos expertos recomiendan hasta los 72 años… también nos animan a realizar planes privados de pensiones. Hemos escuchado mil veces que la «hucha de las pensiones» está cerca de agotarse; si los trabajadores y trabajadoras tuviéramos salarios dignos y la tasa de paro que soportamos fuera menor, se cotizaría lo suficiente como para tener esa hucha de las pensiones sin déficit. Afirmamos que el déficit actual es la consecuencia de las reformas laborales aprobadas por el PP y PSOE que únicamente han servido para precarizar los empleos y bajar los salarios, disminuyendo así el dinero destinado a las cotizaciones de la Seguridad Social. Asimismo, sería posible incluir en los Presupuestos Generales del Estado partidas para financiar las pensiones, para complementar lo recaudado de forma solidaria. Salidas hay, y son factibles, pero voluntad política es lo que falta por el momento.
Ante este hartazgo, se han recogido 70.000 firmas pidiendo como pensión mínima 1.080 euros. No hay otra salida para afrontar esta crisis del modelo económico que padecemos: unirnos a las reivindicaciones de los y las mayores. ¡Todas juntas a la calle! Nuestros mayores dicen alto y claro que no van a ceder. Estamos a su lado, es el momento de la solidaridad, somos mayoría, levantemos la voz ante el saqueo a la hucha de las pensiones, ante un lehendakari Urkullu que ha bajado el Impuesto sobre Sociedades para que sus amigos los empresarios obtengan más beneficios. Es hora de reivindicar lo que nos pertenece, todas juntas.