15 MAR. 2018 DE REOJO Agujeros Raimundo Fitero Hablamos con una facilidad de los agujeros negros cósmicos como si tuviéramos alguna idea de lo que significan y lo que significan. Todo ello es debido a Stephen Hawking, un científico de primer orden que se hizo popular debido, entre otras muchas cosas, a la enfermedad que le diagnosticaron cuando tenía veintidós años, la ELA, la maldita Esclerosis Lateral Amiotrófica, que le fue deformando el cuerpo, lo mantuvo en una silla de ruedas, necesitaba aparatos electrónicos para poder comunicarse, pero su cerebro y su actividad investigadora no cesó nunca. Es un caso excepcional, porque ha vivido con el diagnóstico cuarenta y cuatro años. No es habitual esta convivencia de tantos años con esta enfermedad. Debe ser que el poder de la masa cerebral de este hombre podía con el destino y el deterioro. Cada cuál entenderá lo de los agujeros negros a su manera, yo le leí que de lo único que se podía tener seguridad es de la no existencia de dios. Y ahí entro en el agujero de la religión, de la creencia, de la superstición frente a la ciencia, cuando la ciencia, en asuntos como estos de alta escuela, de alta capacidad intelectual se parezca tanto a la fe. Una fe que se basa en las matemáticas, pero que tiene sus apóstoles que revelan las palabras de los dioses, que en estos momentos tienen un nombre fibroso: algoritmos. Por defecto, mi cerebro básico, el reptiliano, asocia la capacidad de regeneración de un algoritmo, especialmente el euclidiano, con el de un orgasmo cósmico e infinito, esa búsqueda inigualable. La difusión de la ciencia empieza a ser un producto de mercado. Hawking fue un pionero. Sus libros se han vendido a millones. Aconsejaba que mirásemos a las estrellas. Ahora podremos distinguir una constelación con forma de silla de ruedas que alumbrará con luz perenne de inteligencia humorística.