Raimundo Fitero
DE REOJO

Lavapiés

Sumido en la más absoluta de las regresiones emocionales, asisto, televisivamente abducido, al relanzamiento de un barrio, el de Lavapiés de Madrid, con el que tantas vinculaciones personales, sentimentales y profesionales mantengo. Un barrio que está sufriendo una alteración de su ecosistema debido a un proceso de revaloración inmobiliaria que está cumpliendo todos los preceptos del manual de uso para la gentrificación exprés de un territorio urbano.

Varios signos evidentes: muchos pisos turísticos, edificios convertidos en hoteles, alza del precio del alquiler, traslado de parejas jóvenes de alta cualificación profesional y nivel alto de ingresos, cambios en los espacios de restauración y ocio, es decir, todo lo que se conoce y se estudia para hablar de este asunto y que se lleva tan mal con poblaciones amplias de emigrantes con dificultades económicas y situaciones oficiales de estancia y residencia no resueltas.

En este ambiente, unos incidentes llevados a la violencia extrema por encapuchados blancos, hace que a la población africana, la del Magreb y la subsahariana, que en algunas zonas es predominante, se la señale y estigmatice, se emprendan movimientos telúricos para expulsarlos del barrio, para llevarlos hacia otras zonas más periféricas y, todavía, no puestas en el mercado como objetivo de deseo de las nuevas burguesías urbanas modernas y posmodernas.

Las cargas policiales, manifestaciones, declaraciones de algunos vecinos y miembros de partidos políticos son simplemente una indecencia ética, política y democrática. Lo habitual. El acoso étnico es constante. Lo sucedido viene de lejos. Del cansancio de esos conciudadanos madrileños. El muerto llevaba catorce años y no pudo regularizar su situación. Una vergüenza. Todo es lo que me hace abundar en mi opinión sesgada.