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JO PUNTUA

Hawking y el Big Bang


Una cosa es crear a Dios a imagen y semejanza del hombre (y no al revés), y otra crear el Universo según patrones idealistas. No solo se canonizan «santos»; también científicos como Stephen Hawking del que –dicen– se pasó la vida tratando de explicar la creación del Universo, esto es, formulando una petición de principio, una falacia, como es dar por hecho lo que se trata de demostrar: saber si el Universo tuvo un origen o principio o no y resulta que existe desde siempre. También se pone en la mochila del astrofísico que no tuvo necesidad de Dios –como Laplace y la mecánica celeste– para hermenéuticas cósmicas, pero dejando un portón abierto a la teoría del Big Bang que, aparentando hechuras materialistas –o ateas–, no deja de ser el penúltimo agarradero de creacionistas con o sin sotana. Así como el fundamento último de la religión es el temor del hombre a la muerte, en el terreno de la ciencia se hace hincapié en la percepción del ser humano que no se entiende a sí mismo sino como un existir en el tiempo. Y no fuera de él, o un no-tiempo (obviando preguntarse qué hubo «antes» del Big Bang). Y quien dice el hombre dice el Universo.

Se la pasó Hawking buscando el origen del Universo sin concluir –como hacemos los materialistas– que el Universo ni tiene origen ni puede tenerlo. Quien sí tiene origen (y final) es el Sol, las estrellas, nosotros, pero no el Cosmos que tampoco tiene final ni puede tenerlo (un «Big Crunch» o pifostio cósmico). Nos cae simpático Hawking, pero no comulgamos con el Big Bang por aquello de Amicus Plato, sed magis amica veritas.

Preguntar qué había antes de la Gran Explosión (Big Bang) es como inquirir qué hay más allá del borde del universo finito (llegas ahí, sacas la mano y...). Ni hay tal «borde» ni hubo un «antes» porque el Universo es infinito –aunque no nos entre en la mollera– y en perpetuo cambio: no hay tiempo antes del tiempo. Espacio y tiempo son infinitos igual que el movimiento de la materia. De ahí que la teoría del Big Bang sea anticientífica.

Pero ¿quién que no sea un malnacido le dice eso al bueno de Hawking cuya imagen invita a la piedad? Solo los desalmados.