La democracia se tambalea en Brasil

La inhabilitación en 2016 de la presidenta electa, Dilma Rousseff, abrió una persecución judicial contra los líderes políticos de la izquierda brasileña. El expresidente y futuro candidato a las presidenciales, Luiz Inácio Lula da Silva, que encabeza con una holgada diferencia todas las encuestas de intención de voto, fue el siguiente objetivo. En un juicio muy discutido fue condenado por corrupción pasiva y blanqueo de capitales. La sentencia fue ratificada por una instancia superior complicando su presencia como candidato en los comicios presidenciales de octubre de este año.

Pese a que la Constitución brasileña determina que nadie pueda ser encarcelado hasta que la sentencia sea firme, hace dos años la Corte Suprema decidió que una sentencia confirmada en segunda instancia era suficiente para que se pudiera encerrar al acusado. Este cambio de criterio está en la base de la defensa de Lula da Silva para que siga en libertad mientras se resuelven los recursos. La deliberación del tribunal encargado de decidir ha estado precedida de una gran campaña mediática a favor del encarcelamiento. A ella se han sumado las más altas instancias del Estado, incluido el actual presidente, Michel Temer, también acusado en dos procesos de corrupción. Los últimos días la campaña se ha intensificado con amenazas de golpe de Estado lanzadas por militares retirados, que tomaron otra dimensión anteayer cuando la máxima autoridad en activo del Ejercito brasileño, Eduardo Villas Boas, vía Twitter abogó por el encarcelamiento de Lula.

La amenaza del jefe del Ejército confirma que eliminar de la pugna política a Lula da Silva se ha convertido en el principal objetivo de la élite brasileña y, vista la reacción de los diferentes estamentos del Estado, parece dispuesta a no escatimar medios para conseguir su objetivo. La democracia se tambalea peligrosamente en Brasil, una potencia regional y global. Una victoria del golpismo allí tendrá repercusiones en Latinoamérica y en todo el mundo.