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El jolgorio del juez


En el libro “El Espíritu de las Leyes”, allá por 1748, dejó dicho el ilustrado Montesquieu que no existe peor tiranía que la ejercida a la sombra de las leyes y con apariencias de justicia. Así estamos y así permanecemos.

En Altsasu una bronca es terrorismo y en Iruñea una violación, jolgorio.

Difícil concebir, en lo concerniente a lo que llaman Justicia, algo más retrógrado a la vez que servil que la judicatura española en su conjunto, con contadas excepciones. En lo que llaman España nunca existió la división de los tres poderes y menos su independencia. La del cuarto mucho menos. Bien es sabido que no hubo depuración alguna en los aparatos del Estado durante la llamada Transición o Reforma.

Los torturadores de los diferentes cuerpos represivos que rompían la voluntad de los antifranquistas detenidos siguieron en sus puestos si no ascendidos en el escalafón. Los aplicadores de la Ley de Principios del Movimiento Nacional que a tanta gente asesinó, permanecieron con sus togas y puñetas, ahora democráticas, eso sí, nadie sabe cómo.

El juez dice observar una «desinhibición total y explícitos actos sexuales en un ambiente de jolgorio y regocijo en todos ellos (el guardia civil, el militar, el peluquero y los otros dos de “la Manada”)» y «menor actividad y expresividad en la denunciante». «Los gestos, expresiones y sonidos que emite la joven son de ‘excitación sexual’» incluso no descarta, el magistrado, que en ocasiones, mientras la penetraban oral, vaginal y analmente en 11 ocasiones sin preservativo y eyaculando sobre ella, no tuviese los ojos «entornados» en vez de cerrados. Cuando uno se entera de que el juez está casado, uno no puede sino pensar en el regocijo de su pareja y sentir lástima.

El relato de los hechos describe nítidamente la reificación del cuerpo de la mujer; una joven reducida a cosa, a mero receptáculo de lo masculino; un cuerpo desvalido que valoriza el poder del macho y de su falo. Ninguno de los jueces percibió violencia.

Anden sean justos, arránquense los ojos.