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EDITORIALA

Acuerdo nuclear en el limbo, diplomacia moribunda


Donald Trump se ha tomado el mundo por una pelea de barrio. Para él, se divide entre «buenos» y «malos», no hay nada más entre ambos, ni más allá. La impulsividad y las bravuconadas definen su demencia geopolítica, su desprecio por la diplomacia. El conocido como acuerdo nuclear iraní, firmado por los cinco miembros del Consejo de Seguridad de la ONU, más Alemania e Irán, fue una victoria de la paciencia diplomática, una oportunidad histórica de terminar con un conflicto que duraba más de doce años y que abría la puerta para que una de las civilizaciones más grandes del mundo se reintegrara en la comunidad internacional. Trump calificó aquel triunfo de la palabra y del compromiso como «un acuerdo ridículo, demente y ruinoso» y se propuso desde entonces, con su retórica incendiaria, «despedazarlo».

Todo parece indicar que en cinco días el acuerdo nuclear iraní quede roto. O cuando menos, en un limbo. El espectro de una guerra con Irán aumentará así su sombra amenazante. Primera reserva mundial de gas, cuarta de petróleo, tierra que une tres continentes y vecino de dos poderosas potencias como China y Rusia, la apuesta por la guerra puede suponer un desastre global. Las razones son varias y no todas fáciles de excrutar: Trump exportará así sus innumerables crisis internas, el complejo militar-industrial seguirá haciendo un negocio redondo, las sanciones se agudizarán contra el pueblo iraní. Y todo ello, además, en un contexto de guerra regional que puede terminar desparramándose, en diferentes escenarios, con consecuencias devastadoras.

La decisión de Trump deja otra víctima definitivamente moribunda: la diplomacia. La confianza y la credibilidad, quedan socavadas de manera clara. No hay mejor alternativa que ese acuerdo multilateral, y preservarlo es una inversión de paz, un soporte vital para el ejercicio de la diplomacia en un mundo cada vez menos seguro.