25 JUN. 2018 «TELESFORO MONZON, ARISTOKRATA ABERTZALEA» Un gran líder abertzale que voló como el arrano beltza y cantó como el kardantxilo La publicación de la primera biografía completa de Telesforo Monzón sirve para poner en valor la obra de un abertzale que lo dio todo por Euskal Herria, de un impacto brutal, con una vida de película. Mikel Zubimendi La imponente casa-torre Olaso que lo vio nacer fue el escenario elegido el pasado jueves para la presentación en Bergara de la primera biografía completa de Telesforo Monzón, una de las personalidades más complejas e impactantes de la historia reciente de Euskal Herria. Editado por Txertoa, el libro “Telesforo Monzon, aristokrata abertzalea” es una obra que engancha, que presenta a una persona fascinante, con una vida de película. Su autor, el escritor azkoitiarra Pako Sudupe, nos presenta con maestría los antecedentes del linaje de los Olaso, la infancia de Monzón, el mayoral de la casa-torre, en el seno de una familia noble, de estirpe aristocrática. A sus cuatro hermanas mayores y su hermano menor, Isidro. A su mujer y compañera hasta el último aliento, María Josefa Ganuza. Pasa después al Monzón ya politizado, al genial mitinero del PNV, al gran propagandista de la patria vasca. Para invitarnos luego a conocer al Monzón de la guerra del 36, sus responsabilidades de gobierno y su papel en la posguerra, al contexto de la II. Guerra Mundial y el exilio americano. La invitación de Sudupe nos conduce después a Iparralde, desde que se establece en la casa Mende Berri de Donibane Lohitzune (1949) hasta su vuelta a Bergara en 1977. Casi treinta años donde vivió la muerte del lehendakari Jose Antonio Agirre, la llegada de los primeros refugiados de ETA, y su implicación en la asociación de ayuda y acogida de refugiados Anai Artea. Termina el libro repasando sus últimos años, su implicación total en Herri Batasuna, la cárcel, su posición en los debates del momento, casi cuatro frenéticos años de enorme tensión y de alegría para una persona de avanzada edad convertida ya en referente de país. No pretende ser este artículo un análisis exhaustivo, riguroso con la historia, que da a todos los palos. Ese afán escapa la competencia y capacidad del que escribe. No obstante, la vida de Telesforo Monzón, sus decisiones y acciones, su obra política, son de una actualidad brutal. Como líder que conoció el exilio, tiene algo de Carles Puigdemont. En el debate tan actual de «qué hacemos con el PNV», la opinión de un fundador de HB que nunca dejó de ser jelkide podría hacer la diferencia, o también, por ejemplo, en el del futuro de EH Bildu. En la llamada batalla del relato, más que hablar, haría, crearía; y aportaría mediante la escritura, el canto o el teatro, una barbaridad. Su faceta aristocrática no le resultará simpática a más de uno. Su figura no será un ejemplo para la izquierda, no inspirará tal vez a los nuevos movimientos sociales. Su elegancia estética y su elegante personalidad les parecerá quizá demasiado poco popular, fuera del alcance de la gente corriente. Sí, Telesforo Monzón era de familia noble, un handiki de familia de zaldunes. Era cristiano de corazón y demócrata cristiano de ideología. Y, en el fondo, nunca dejo de tener un gen jel. Su trayectoria personal y política es un resumen de la historia de este pueblo en el último siglo. Fue íntimo amigo del lehendakari Agirre y su consejero de Gobernación, de Irujo o del jagi-jagi Manu Sota. Íntimo también de Piarres Larzabal, que veía en él al mejor candidato a lehendakari de una Euskadi libre o de Mark Legasse, que con humor le llamó «nuestro Ben Gourion». Fue responsable de la acogida y atención de miles de refugiados de la guerra al otro lado de la frontera, abrió sus puertas y su corazón a la primera generación de refugiados de ETA, a Txillardegi, Benito del Valle... Y conoció, conectó y conspiró con la siguiente, la de Txikia, Argala y Txomin. En la historia de este país, todos esos nombres son palabras mayores. Monzón fue un abertzale, un patriota que amaba hasta la locura a su pueblo, Euskal Herria. Un romántico que siempre puso primero la libertad de la patria y después, la intendencia. Que siempre puso a Nafarroa como territorio vital y centro de todo, y a Iruñea como capital de Euskal Herria. Euskaldunberri, dio al euskara todo su valor político, seguramente como ningún otro jelkide lo había hecho antes. Creía que el euskara nos daría cohesión y sentido como país, hizo obras cantadas y escenificadas para la posteridad, y dejó un legado de himnos, símbolos y metáforas que han acompañado las vidas de un número considerable de compatriotas. «Maltzaga», «el jarrón roto» o, a propósito del euskara, la del «cantar como kardantxillos (jilgueros) y no como canarios» forman parte del archivo mental del país. Y a tenor de ciertos debates, de la actualidad. Para Monzón los militantes de ETA eran gudaris, como antes lo fueron los jelkides. Según decía, si él no estuviera a favor de estos, no podría ser nunca jelkide. Conoció en la intimidad al comandante de Euzko Gudarostea Cándido Saseta. Fue también cercano amigo de Txapela, Korta o Txikia. Tuvo la suerte de poder cabalgar a caballo entre las dos generaciones de gudaris. Monzón siempre consideró que ETA no creó la guerra, sino que fue una criatura de la guerra. Y de la misma manera que nunca admitió una patria dividida entre nativos y emigrados, nunca dio por buena la división entre los abertzales de antes y los de ahora. Reclamó, en conexión con lo que él consideraba un sentimiento general del pueblo abertzale, el entendimiento y la colaboración de las fuerzas de obediencia vasca con vistas a la Resurrección de la Patria. Y llamó explícitamente al PNV, como hermano mayor, a tomar la iniciativa en esa vía. «Zubigile» es una palabra que define perfectamente a Monzón. El que tiende puentes entre las generaciones de la preguerra y la postguerra, entre las diferentes tendencias abertzales, con todos sus matices. Con unas amistades que iban desde la jerarquía eclesial hasta las familias más nobles, desde los dirigentes de ETA hasta los líderes del PNV en el exterior, siempre se empeñó en utilizar todos sus contactos y siempre puso todas sus energías al servicio de una idea: compactar lo que denominó «pueblo abertzale» sobre mínimos comunes: libertad de la patria vasca, euskara, unidad de los territorios. Lo intentó en 1971 con el llamado Frente Nacional, siguió intentándolo en 1977 en Txiberta. El trabajo por la unidad y la fraternidad entre abertzales fue una constante a lo largo de su vida. Monzón sufría mucho con la desunión y los bandos. Lo consideraba un pecado original de los vascos, en su lenguaje simbólico tan lleno de metáforas, hablaba de Mari-Gaizto, la que sembraba cizaña entre hermanos y hermanas y los enemistaba. Desde muy joven manifestó su compromiso jelkide, ya mayor se implicó hasta su último aliento en Herri Batasuna, pero estando en una órbita o en otra, siempre reconoció las virtudes de todos. En los nuevos gudaris que se cruzaron en su vida veía el mismo coraje de los viejos gudaris, estando en HB nunca dejó de reconocer la gran historia, «incluso heroica» del PNV. Y mantuvo sus amistades jelkides, incluso después de que lo expulsaran del partido. La mayor violencia contra el puebla vasco, para Monzón, siempre se jugó en Nafarroa, que lo era todo para él. Sufría como nadie cuando oía hablar de Nafarroa en términos de «ya vendrá», «ya se incorporará». Pero para él no tenía por qué ir a ninguna parte. Solo le correspondía estar y ser. Según expuso en uno de sus más brillantes artículos, los enemigos del pueblo vasco trataban de romper el jarrón (la nación vasca) en cachos para que cada trozo saltase en direcciones distintas haciendo imposible su reconstrucción. Para él se había caído en esa trampa al «dejar sola a Navarra» y haber decidido «seguir con las Vascongadas». Siempre que habló de Nafarroa, hablaba de sus playas en el Cantábrico, el mar de Nafarroa. El euskara, que aprendió de joven y al que siempre consideró como el eje de cohesión de la futura Euskal Herria libre, era la "Lingua Navarrorum". El Arrano Beltza daba sombra a todos sus compatriotas y a todos los territorios, e Iruñea era para él la capital de Euskal Herria entera. Cuentan muchos presentes del acto final de la llamada Marcha de la Libertad de 1977 que la intervención de Monzón en las campas de Arazuri fue apoteósica, brutalmente emotiva, para más de uno el mejor acto político que se ha conocido este país. En efecto, era un orador brillante, plurilingüe, culto y elegante, sus palabras transpiraban poesía y estaban cargadas de imágenes simbólicas. Como creador cultural, aparte de sus obras de teatro, artículos, etc., Monzón es quizá uno de los mejores letristas de la canción en euskara. Sus canciones han tenido, y tienen, una enorme huella emocional. Un infarto de miocardio paró su corazón el 9 de marzo de 1981. Pero su obra y su ejemplo perdura en la memoria colectiva del pueblo abertzale. Como él deseaba y dejó escrito, ¡Quizá todos los abertzales verdaderos se junten un día! ¡Quizá pronto! Y el Arrano Beltza volará tranquilo por encima del mar Cantábrico. Y se posará encima del árbol de Gernika. Y de noche, en algún zulo de las viejas piedras de Garazi, podrá dormir acurrucado. Allí lo estará esperando Telesforo, un abertzale íntegro, un grande entre los grandes. Fue un abertzale, un patriota que amaba hasta la locura a su pueblo, Euskal Herria. Un romántico que siempre puso primero la libertad de la patria y después, la intendencia. Sufría mucho con la desunión y los bandos, el pecado original de los vascos. en su lenguaje simbólico tan lleno de metáforas, hablaba de Mari-Gaizto, que sembraba cizaña entre hermanos y hermanas y los enemistaba.