Jaime IGLESIAS
MADRID
Entrevista
PETRA VOLPE
CINEASTA

«La cultura del patriarcado no solo anula a las mujeres, también a los hombres»

Nacida en Suhr en 1970, dirigió un buen número de cortos y diversas TV Movies hasta debutar en el largometraje con Traumland (2013). Con «El orden divino», comedia política sobre la aprobación del sufragio femenino en Suiza, ha cosechado un éxito de taquilla sin precedentes en el país

Suiza, modelo de democracia avanzada y ejemplo de civilidad para muchos, fue el último país europeo en aprobar el sufragio femenino. Hubo que esperar hasta 1971 (e incluso hasta 1991 en el caso del cantón de Appenzell Inner-Rhoden) para que los helvéticos tuvieran a bien conceder, mediante referéndum, el derecho a voto a sus mujeres, hermanas e hijas. Un logro que fue posible por el trabajo incansable de las sufragistas suizas entregadas en cuerpo y alma a ganar la batalla de la opinión pública para su causa. La cineasta Petra Volpe, inspirándose en los resortes de la comedia social británica en su vertiente más combativa, evoca aquellos años de lucha feminista en una sociedad conservadora y apocada como la suiza,  donde levantar la voz siempre ha sido mal visto.

 

Usted nació en 1970, un año antes de que Suiza reconociese el sufragio femenino. ¿Hacer esta película fue como una obligación moral, como un reconocimiento a las generaciones de mujeres que la precedieron?

Sí, sin duda. Se trata de un homenaje a las mujeres que tan duramente lucharon en mi país para obtener este derecho y que, a día de hoy, siguen sin tener el debido reconocimiento público. A mí, en la escuela, me hablaban de todas y cada una de las absurdas batallas en las que se vio envuelta Suiza a lo largo de su historia, pero la lucha silenciosa de todas estas sufragistas no ocupaba ni una línea en los libros de texto. Con lo cual al final parece que el sufragio femenino fue un derecho que acabó siendo reconocido gracias a la voluntad de los políticos, cuando fue realmente al contrario. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial hubo grupos de mujeres muy activos que elaboraron toda suerte de mociones y manifiestos hasta lograr que en 1959 se celebrase un referéndum para modificar la ley electoral. Finalmente, los hombres votaron en contra y las mujeres suizas siguieron sin tener derecho a voto hasta 1971, cuando hubo un nuevo referéndum al respecto. Pero en todo este tiempo se llevó a cabo un trabajo muy arduo.  

¿Cómo se explica que el voto femenino fuese reconocido tan tarde en un país como el suyo que siempre ha sido contemplado como un modelo de democracia avanzada?

Concurrieron varios factores. De entrada, si el censo era exclusivamente masculino se antojaba complicado que los hombres votasen a favor de algo que, en el mejor de los casos, les resultaba ajeno. Luego está la pasividad de los políticos. Cuando se les reclamaba que Suiza era el único país europeo en el que las mujeres seguían teniendo prohibido votar se encogían de hombros y decían ‘nosotros lo hemos intentado, lo hemos sometido dos veces ya a referéndum pero ha salido que no’, lo cual denota muy poca voluntad de cambio. Quizá la clave esté ahí, en que la sociedad suiza, ya de por sí, es bastante conservadora y los cambios nos suelen dar miedo. Dado que, durante la Segunda Guerra Mundial, fuimos el único país que no sufrió daños y que, tras la contienda, experimentamos un crecimiento económico imparable, entre los suizos se instaló la idea de que las cosas ya iban bien como estaban y que, por lo tanto, no merecía la pena cambiar nada. Para muchos, el hecho de que las mujeres no pudiesen votar únicamente era una pequeña anomalía cultural.

De todas maneras, en su película, usted se muestra bastante cáustica en la desactivación de toda esa retahila de lugares comunes que definen la singularidad de un país como Suiza.

La verdad es que, como cineasta, me gusta desmontar ciertos tópicos. Los suizos no somos ni mejores ni peores que los ciudadanos de otros países, pero proyectamos la imagen de hacer las cosas mejor que el resto del mundo. Sin embargo, yo creo que para cualquier país es importante tener una visión crítica de su propia Historia. ‘El orden divino’ es una película que está realizada bajo esta premisa y también lo estará mi próximo trabajo, una serie de televisión donde narro la connivencia entre criminales de guerra nazis y banqueros suizos en una operación de lavado de dinero al término de la Segunda Guerra Mundial.

En el retrato que hace de la sociedad suiza de los años 70 hay perfiles muy reconocibles en la sociedad actual, como todas esas mujeres que se oponían al sufragio femenino. ¿Por qué cree que hay tantas personas que se oponen a la conquista de derechos de los que luego son sus principales beneficiarios?

Al final todo es una cuestión de poder, de poder económico sobre todo. En aquellos años había algunas mujeres que habían alcanzado el éxito empresarial y pensaban que el reconocimiento del sufragio femenino llevaría aparejados una serie de derechos sociales y políticos que amenazaría su posición de preeminencia sobre el resto de mujeres. Por eso cuando, todavía hoy, escucho decir que el feminismo lo que busca es un enfrentamiento entre hombres y mujeres, me preocupa que haya gente que siga sin entender nada. El feminismo es un movimiento político emancipador que trabaja a favor de la igualdad de oportunidades, que apoya a los marginados, sean estos hombres o mujeres, porque al final la exclusión no es una cuestión de género sino de sistema social. Es decir, la cultura del patriarcado no solo anula a las mujeres, también destruye a los hombres, les impide crecer como seres humanos.

¿Cree que ahora con el auge de movimientos como el #MeToo el cine está más receptivo a las demandas del feminismo?

Creo que el #MeToo ha contribuido a sacar a la luz las estrategias de sometimiento hacia la mujer que se daban en la industria del cine pero las reivindicaciones feministas en nuestro sector vienen de largo y comenzaron mucho antes de que estallase el caso Weinstein. En Suiza, por ejemplo, el 80% de las ayudas al cine las reciben películas dirigidas por hombres. Las mujeres que nos dedicamos al cine estamos hartas de soportar esa desventaja en la financiación de nuestras películas. También es verdad que el porcentaje de mujeres que trabajamos detrás de las cámaras continúa siendo exiguo. Creo que las cosas empezarían a cambiar de verdad si hubiera más mujeres escribiendo, dirigiendo y produciendo.

¿Una película como «El orden divino» constituye un manifiesto feminista?

Sí y no. Es decir, creo que puede ser considerada una obra feminista, pero no un manifiesto. No me interesaba rodar una película que fuera asumida como herramienta por el activismo militante porque eso reduciría su alcance. Al contrario: quise hacer el tipo de película que irían a ver mi madre y sus amigas. Mi desafío fue encontrar las estrategias para conseguir que el espectador medio pudiera identificarse con una historia como ésta que, más allá de otras consideraciones, habla sobre la necesidad de rebelarse,  levantar la voz.  

  De lo cual infiero que para usted el cine es una forma de arte eminentemente popular.

Supongo que depende mucho del tema que abordes y de tu propia formación como cineasta. Yo vengo de una familia de clase trabajadora y recuerdo perfectamente lo importante que era para mi padre relajarse viendo la televisión cuando llegaba de la fábrica. Eso no significa que haya que contar historias absurdas pero sí que resulta conveniente huir de esa arrogancia elitista que define, a menudo, el trabajo de creación artística. Mi abuelo era panadero y a menudo veo paralelismos entre mi trabajo y el suyo. Hacer cine es como fabricar el pan: las buenas historias alimentan al pueblo.

¿Es por eso que eligió apelar a un escenario de comedia a la hora de contar una historia como esta?

Me pareció un reto muy interesante encontrar el modo de convocar a un público amplio y heterogéneo en torno a una película política y feminista, pues se trata de dos conceptos que, a priori, podrían alejar a la gente del cine. Ocurre también que a mí me gustan los contrastes. No creo que la mejor manera de contar una historia dramática sea ahondando en su componente trágico. Al contrario, creo que si te sirves de los resortes de la comedia logras una implicación más directa del espectador. Cuanto más profundo sea el conflicto que narras, más espacio hay para el humor porque, además, el espectador al reírse lo que hace es abrir su corazón y justamente lo que me interesaba era crear esa suerte de vínculo emocional. No quería que mi trabajo pudiera ser disfrutado únicamente por cuatro o cinco cinéfilos. Hacer una película es algo muy costoso como para darle una difusión restringida.

Supongo entonces que estará más que satisfecha con la repercusión alcanzada por «El orden divino» en su país, donde ha logrado un gran éxito de público, siendo incluso seleccionada para representar a Suiza en los Oscars.

Sí claro, cuando haces cine lo mejor que te puede pasar es conectar con el espectador, más aún cuando lo consigues a través de una película tan personal, donde pones mucho de ti misma. Cuando compruebas que hay muchas mujeres que te dicen que están encantadas de verse reflejadas en esta historia, te sientes arropada. Y eso es lo que me ha ocurrido en muchos de los debates que hemos hecho tras presentar la película, debates en los que los espectadores hablaban de sus circunstancias personales, de sus problemas de pareja. Los mejores momentos que he vivido gracias a esta película han sido justamente esos. Lo de ser seleccionada para los Óscar fue una anécdota.

El hecho de que muchas espectadoras se vean reflejadas en una historia como esta, ambientada en los años 70, habla de cómo la libertad de las mujeres continúa bajo amenaza ¿no?

Sí, por desgracia es así. Ahora mismo en Europa vivimos un rebrote de la ultraderecha, los partidos xenófobos están consiguiendo adhesiones mayoritarias en muchos países y las mujeres siempre somos las primeras víctimas de este tipo de movimientos. Es curioso que muchos de estos partidos denuncien la situación de la mujer en las sociedades islámicas pero no hagan nada por limpiar los trapos sucios que se les acumulan en su propia casa.