Cosas que no creería
Cada cuatro años entro en estado de perplejidad cuando echa a rodar la pelotita. No soy futbolero, pero estos días es imposible escapar de esta turbulencia planetaria. Y me rindo ante vosotros, camaradas replicantes, pues veis cosas fantásticas que yo no creería.
Allá donde mi tacaña vista apenas aprecia unos millonarios sudados que no paran de escupir, sois capaces de percibir la belleza del pase certero y el cabezazo oportuno; allí donde me aterro ante el infarto inminente del locutor, el gol suena en vuestros oídos a poesía, tan delicada como la segada del rapsoda a la pierna del contrario. Hasta los intelectuales se deshacen en elogios al balón por aquello de la guerra y la paz y desvelan así su frágil humanidad. Pero cómo no creer en dioses, si hasta Maradona, o precisamente él, entra en trance psicodélico para regocijo del festín de la federación de gánsteres.
Y qué decir del fino gusto por las pelucas, turutas, camisetas y pinturas... O las tertulias sobre estrategia en las que el propio general Patton palidecería de ignorancia. Incluso los himnos suenan más dulces con los tiernos rugidos de ánimo. ¡Cuánta patria desparramada por el césped! Hasta para los rencorosos que deseamos que gane el pequeño. El que sea. Solo por joder, que es otra manera de hacer amigos.
Me rindo ante vosotros, camaradas mundialistas, porque siempre hay un más allá. Como esa turba azteca que, en un repentino brote de exaltación de la fraternidad, o de sustancias, sacó al embajador de Corea a hombros al grito de «Coreano, hermano, tú también eres mexicano». Ah... yo también pensaba que había visto cosas que nadie creería. Pero en Sanfermines.