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La prioridad de Borrell


Esta semana el ministro de Exteriores, Josep Borrell, ha comparecido en el Congreso para explicar los ejes de su mandato. Su Ministerio se centrará en trasladar al exterior que España no es un «revival franquista», según explicó. Por ello informó de que ha dado órdenes al cuerpo diplomático español para redoblar las tareas de imagen a nivel internacional.

Los ministerios de Exteriores siempre tienen en parte esta dimensión propagandística. Pero eso sobre todo ocurre en Estados cuyo papel internacional es secundario, algo que no encaja bien con lo que es España. Que uno de los grandes Estados de la Unión Europea esté dedicado a «limpiar» su fachada en plena crisis de refugiados, ante la alarma de la más importante guerra comercial del siglo y en un momento de turbulencias para el euro es la peor publicidad que un Estado puede hacerse.

Pero Borrell está muy preocupado por los problemas de imagen que tiene el Estado y, a riesgo de subrayarlos, ha decidido coger al toro por los cuernos. ¿Exorcizando el franquismo de las instituciones? No. Dedicando recursos públicos a negarlo. ¿Haciendo una revisión crítica del papel imperial de España en la historia? No, retomando el concepto de «leyenda negra» para reescribir la realidad. ¿Replanteando el encaje de las minorías nacionales en España? No. Combatiéndolas también embajada por embajada.

No se trata solo de una obsesión de Borrell, sino la razón por la que se convirtió en Ministro. Una de las grandes victorias de la Generalitat en los últimos años ha sido generar un relato exterior favorable, algo que ha conseguido solo cuando el Gobierno español ha sido torpe de remate. Pero la corriente mayoritaria en el Estado no cree que los errores hayan sido la dureza en el trato, la violencia contra votantes o el encarcelamiento políticos y activistas, sino no haber hecho suficiente labor pedagógica a favor de ello. La paradoja de esto es que todos los Estados autoritarios piensan lo mismo. Las prioridades de Borrell son ya el reflejo más nítido de la profundidad de la crisis exterior española, que el Gobierno de Sánchez ha decidido seguir gestionando a cañonazos.