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JO PUNTUA

Empleo enfermo


Los últimos datos sobre el empleo, por encima de las lecturas interesadamente epidérmicas que se limitan a subrayar el incremento de las contrataciones y el descenso del paro, no hacen sino confirmar el enquistamiento de un mercado laboral instalado en la precariedad y la temporalidad.

Si, como dicen, estamos en las puertas de salida de la crisis, no ha sido gracias a los esfuerzos de las grandes estructuras económicas supranacionales ni a la intervención de las instituciones financieras. Ha sido la clase trabajadora –a la fuerza ahorcan– la que se ha echado sobre las espaldas la remontada de una situación global extrema sobre cuya génesis, por cierto, nunca tuvo responsabilidad alguna.

El problema es que las políticas públicas y recetas privadas que recortaron hasta límites impensables los derechos y el poder adquisitivo de los trabajadores como medidas de urgencia ante una recesión extrema, lejos de ser interinas, llegaron para quedarse definitivamente. Y otro tanto ha ocurrido con la factura de la competitividad. ¿Es la restricción dramática de los costes laborales la única vía para mejorar la competitividad? ¿Qué ocurre con la inversión en investigación, innovación y tecnología? El gasto, tanto público como privado, en estas áreas, lejos de contemplarse como una herramienta esencial para potenciar la economía real, ha sufrido drásticos recortes en otro claro ejemplo de miopía política y codicioso cortoplacismo neoliberal.

Como resultado, tenemos un presente maquillado por una reactivación económica cuando menos sin confirmar, pero profundamente dañado por la precariedad, especialmente en colectivos como los jóvenes y las mujeres. Y, a la vez, un futuro hipotecado por un sistema de pensiones amenazado de muerte por dos realidades que caminan en direcciones diametralmente opuestas: un volumen creciente de demanda por el incremento de la esperanza de vida, y una cada vez más reducida aportación por parte del colectivo de trabajadores en activo, como consecuencia del elevado volumen paro y de políticas salariales restrictivas hasta la asfixia.