Raimundo Fitero
DE REOJO

Creativos

Hay tramos en la programación televisiva que lo único interesante que ofrece son los anuncios. O algunos anuncios, porque los ejecutivos de publicidad saben muy bien qué lenguaje utilizar para llegar al tipo de cliente que más les interesa y por ello en un anuncio de un tinto de verano no tiene por qué usarse ninguna filigrana estética, más bien al contrario, debe retratar el núcleo duro de la sociedad, con los cuñados, las paellas y los jóvenes jugando en la playa. Con eso basta. Los de perfumería fina, ya se sabe cuerpos gloriosos de hombres y mujeres. La alegría de vivir de las compresas es probablemente un punto neutro, antes era micromachismo y ahora son ilusiones bien diseñadas y con mensajes positivos.

Los anuncios de la firma Apple son muy universales, transmiten una idea del mundo, proponen una constelación propia en donde sus usuarios se creen únicos, privilegiados, ungidos por la pertenencia a la propia marca. Sus creativos han logrado durante décadas unir sus mensajes o sus productos, en sus formas, en su manera de diferenciarse. Por ello ha llegado la compañía a ser la primera en la historia que tiene un capital superior al billón de dólares. Billón a la europea, un millón de millones. Una barbaridad. Un capital que supera a muchas corporaciones multinacionales y bancos.  Pero hace poco ha aparecido en nuestros canales un anuncio de una marca de cocinas en donde se utiliza el sentimiento, la emoción. Y es un varón adulto con su padre claramente afectado de Alzheimer que no sabe qué darle de comer y encuentra una libreta con recetas de su madre y le hace un plato. Se la come el anciano y por fin habla: «Dile a tu madre que estaba buenísimo». Abrazo entre ambos. Y una leyenda remata: «Donde se cocina la vida». Y puede llevarnos a las lágrimas. Aplauso a los creativos.