21 AGO. 2018 Entrevista SILBERIUS DE URA MÚSICO «Con 15 años me colaba en las iglesias para tocar Bach en el órgano» Silberius de Ura es el artista detrás de Neønymus. Se crió entre la ciudad y una pequeña aldea, se formó como músico autodidacta y, tras una etapa dedicada al folk, decidió buscar su propia voz con un proyecto personal en el que investiga prehistoria y tecnología, cerebro y espiritualidad. Mikel CHAMIZO DONOSTIA La Jornada Infantil de la Quincena Musical se abre a las 1200 en San Telmo con Neonymus, el singular proyecto artístico del músico experimental Silberius de Ura, en el que fusiona su personalísima voz con una atrevida combinación de tecnología e instrumentos insólitos, creando una banda sonora evocadora de un pasado remoto. Tras su presentación hoy en Donostia, el concierto se repetirá mañana a las 20.00 en la Iglesia de Santa María de Deba. Cuenta en su biografía que creció en una pequeña aldea sin luz ni agua corriente. Mi infancia transcurrió entre Burgos y Ura, una pequeña aldea que ni siquiera tenía una carretera para llegar. Cuando estábamos en Ura seguíamos un modo de vida realmente primitivo: nos movíamos por la casa con candiles y nos lavábamos en el río. Esta experiencia duró hasta que cumplí 14 años, pero ha tenido mucha influencia en mi vida posterior. ¿Ya hacía música en aquel momento? No en Ura, sino en Burgos. Cuando tenía 5 o 6 años mi padre trajo a casa un organillo y me pareció un chisme interesante. Jugaba con él y, con los años, descubrí que quería ser organista de tubos y empecé a ir al conservatorio, hasta que me enteré que tendría que ir a Madrid para ser organista. Yo no estaba dispuesto a eso, así que dejé el conservatorio y seguí con la música de forma autodidacta. Con 15 años me colaba en las iglesias, subía al órgano y tocaba Bach. Luego me pasé a los sintetizadores y entré en un grupo folk, El Espíritu de Lúgubres, que tuvo cierto éxito en Castilla y León. ¿Fue un gran reto aprender música de forma autodidacta? El mayor reto fue a nivel sicológico. A lo largo de mi vida he estado rodeado de músicos con una formación seria y yo me sentía un impostor entre ellos. Aún me pasa. Pero la música tan peculiar que hago ahora tiene su origen en no haber sido troquelado por una formación clásica y unos lenguajes definidos. Eso me ha permitido fantasear y llegar a lo que hago hoy. ¿Cómo fue el proceso de encontrar su propia voz? Yo tenía en Burgos una empresa de diseño gráfico, pero tras trece años me di cuenta de que no me apasionaba ese trabajo. Además, cuando llegó la crisis, tuve que prescindir de algunos empleados y replantearme el futuro del estudio. Un día, volviendo en coche a Cobarrubias, donde vivo, decidí que en realidad quería dedicarme a la música, que había sido mi pasión toda mi vida y que había estado relegando a la categoría de pasatiempo. Si toda la energía que estaba poniendo en la empresa la ponía en la música, no podía salir mal, así que decidí cerrar el estudio para apostar un proyecto musical unipersonal que me diera para vivir. Me pasé un año imaginando qué tipo de música iba a hacer, qué quería aportar al público. Quería transmitir algo que el público no hubiera sentido antes y para eso tenía que crear una música nueva. Me pasé tres meses experimentando armonías con una loop station hasta que logré escribir la primera canción. Además de la voz utiliza objetos, no solo por su sonido sino por simbolismo. Sí, hago uso de flautas hechas con huesos de buitre o de corzo, tibias de vaca, o bramaderas, huesos planos que desde el Paleolítico usan los pastores para asustar a los animales. También llevo conmigo un árbol de 400 años, que encontré seco en las montañas donde vivo y cuyos apéndices suenan como una txalaparta. Uso también tubos de plástico, con la idea de que en el Paleolítico eran grandes recicladores y hoy también deberíamos serlo, y muchos otros objetos cotidianos. En sus sesiones opone conceptos como cerebro y espiritualidad, prehistoria y tecnología. Estos conciertos en Donostia y Deba comienzan, de hecho, con esas preguntas: ¿son compatibles prehistoria y tecnología? ¿hacían música las gentes de la prehistoria? Evidentemente sí, la música ha acompañado al ser humano desde muy antiguo. Su tecnología era el sílex y la nuestra la electrónica. Lo que sí ha cambiado es la consideración que le damos a la música, que hoy es tan solo ocio pero antes no. Aún hay tribus y chamanes que emplean la música para acceder a estados alterados de consciencia y entrar en contacto con lo trascendente. En relación a eso, en estos conciertos propongo algunos ejemplos de cómo la música afecta al cerebro. El espectáculo se titula «Historia inventada de la música inventada». ¿De qué trata? Pretende ser un relato de la música desde el Paleolítico hasta el blues, y de cómo fue surgiendo y renovándose en cada época gracias a la imaginación. En el caso del blues está documentado que fue inspirado por el sonido de los trenes, de cuyo ritmo al pasar por los raíles surgió el ritmo basal del blues. Todo esto lo presentaré como un cuento divertido y, sobre todo, inspirador. ¿Tiene buena conexión con los niños? Es que yo mismo, aunque tenga barbas, sigo siendo un niño. Nunca he renunciado a mi capacidad de fantasear y lo que hago en mis conciertos, al fin y al cabo, es jugar con mis juguetes. Los niños se dan cuenta de esto y yo les invito a jugar conmigo. En mis conciertos para adultos propongo unas músicas muy profundas, que hablan de la trascendencia, pero a los jóvenes intento transmitirles que nunca deben renunciar a la fantasía y que deben luchar por su vocación. A menudo hago estos conciertos en institutos de secundaria y veo a los chavales perdidos, presionados para decidir qué quieren ser cuando todavía no tienen ni idea de lo que les gusta. Con mis espectáculos yo los animo a que piensen y experimenten, porque, si descubres tu vocación, el trabajar ya no es obligación sino placer.