Bestias del oeste salvaje
Más madera. Más pólvora. Más balas. Venecia se las ingenió, una vez más, para lucir un programa de día envidiable, al menos desde la óptica del pedigrí cinematográfico, que de esto viven también (y especialmente) los festivales. Llevamos así cinco días consecutivos. Desde que todo empezara a rodar, vaya. Y de verdad que nosotros somos los primeros sorprendidos.
El caso es que llegados al ecuador de esta 75ª Mostra, llegó el momento de otra de las cintas destinadas, siempre a priori, a marcar la nueva temporada de los Óscar. Jacques Audiard, quien conquistara la Palma de Oro en Cannes con “Dheepan”, se mudó a Venecia para presentar “The Sisters Brothers”, su primera incursión en Hollywood, de la mano de Joaquin Phoenix, John C. Reilly y Jake Gyllenhaal.
Tres bestias pardas domadas como solo Monsieur Audiard sabe, a tenor de adaptar una novela de mismo título, escrita por Patrick deWitt. Un western enfervorizado por la promesa del oro, y en el que dos hermanos asesinos a sueldo siguen los pasos de un misterioso prospector. Potente en el estilo, como siempre, pero algo irregular en la adaptación literaria. Audiard acertó dibujando un Salvaje Oeste iluminado solo por la violencia y la avaricia, pero titubeó, al principio, enfrentándose a la materia prima.
El escritor iba lanzando al aire situaciones y líneas de diálogo igualmente geniales, pero el director ni siquiera se atrevía a desenfundar. Inexplicablemente, las elipsis remplazaban los duelos a muerte pactados. Todo parecía funcionar, pero el conjunto no se elevaba. Eso sí, fueron sucediéndose las escenas y, poco a poco, la película fue adquiriendo consistencia. Incluso el poso de los mejores westerns. Audiard abrazó definitivamente a deWitt, y al final de todo los “Sisters Brothers” ofrecieron una aventura memorable, asentada en un equilibrio entre comedia y tragedia que solo puede despertar la nostalgia por aquellos grandes clásicos del género.
Por su parte, Roberto Minervini siguió indagando en las regiones de los Estados Unidos más dejadas de la mano de Dios. Su nuevo documental, “What You Gonna Do When the World’s on Fire?” nos preguntaba qué íbamos a hacer cuando viéramos el universo en llamas. En blanco y negro al borde del realismo mágico y haciendo de la observación naturalista su principal arma. El cineasta italiano dibujó los márgenes de Nueva Orleans a través de los rostros y las historias de su comunidad negra. Un documento a ratos poderoso, que a través del empujo del nuevo «Black Power», nos acercó al drama y a la celebración de la supervivencia urbana en un presente demasiado crispado.
Para esto último, y para lo que hiciera falta, apareció Pablo Trapero. Fuera de concurso, el argentino decidió inmolarse con “La quietud”. Un dramón familiar con Bérenice Bejo y Martina Gusman como hermanísimas de una familia en plena descomposición. Broncas absurdas, apuntes históricos torpes y enredos amorosos de prepubertad. Todo muy cercano (demasiado) a la telenovela; incluso de la comedia involuntaria. Terrible. En algo tenía que fallar Venecia.