Raimundo Fitero
DE REOJO

El mar

El mar, la mar, qué gran tema para hablar. O para amar. La prostitución, las prostitutas, los prostitutos, los proxenetas, las empresas y los sindicatos. Otro gran tema para hablar. Y para amar. Sobre la moral, el sexo y prejuicios que la Biblia apócrifa no condena. De repente, en este verano informativamente lleno de incentivos para la negligencia, se cuela un asunto que el Gobierno de Sánchez convierte en otro culebrón mediático, que es tan absurdo que ni siquiera es aprovechado por Zipi y Zape para hacer demagogia ultra. 

Mirando al mar soñé que estaba junto a ti. Y al volverme había cuerpos en las esquinas, teléfonos donde concertar citas, páginas web en las que elegir por catálogo, timbres a los que llamar, escaparates donde mirar y en todas esas opciones personas de todos los géneros, sexualidades y procedencias ofrecían sus cuerpos en alquiler. Remarco: todas las personas a las que me refiero han hecho de esa práctica una manera de ganarse la vida, por voluntad propia, no están sometidas a extorsión, tráfico o abuso. Los motivos por los que han decidido libremente a ejercer la prostitución son secreto del sumario biográfico de cada una de ellas. Si muchas de esas personas ejercen en los llamados prostíbulos, donde hay empresarios, ¿por qué no pueden defender con un sindicato específico? He escuchado a una ministra, después de aprobar un sindicato algo oscuro su departamento, anular esa autorización, decir que le habían colado un gol y advertir de que era algo ilegal. ¿El qué es ilegal? La moral por encima de la razón, los tópicos, la penalización del cuerpo, todo aflora en un debate actual sobre la prostitución que rezuma intolerancia y dogmatismo. ¿Por qué es ilegal y/o inmoral comerciar con tu cuerpo y no con tu cerebro y conocimientos para fabricar armas de destrucción masiva? El mar, la mar.