Victor ESQUIROL
TEMPLOS CINÉFILOS

Escándalo al atardecer

Perdón por repetirlo, pero me parece estrictamente necesario incidir en el altísimo nivel que está rayando el 75º Festival de Venecia. A priori nos temíamos que el programa de este año iba a ser histórico, pero ya sabemos que la teoría y la práctica no siempre van de la mano. Esta vez, en la Mostra, sí. Terminó el desembarco hollywoodiense... y empezó el del cine de autor. Con ello, esta de momento gran edición encontró por fin la gran película (en mayúsculas) que tanto merecía.

Ahora sí: esto no es un festival, es un escándalo. Tanto como la cinta de marras. La que capitalizó ayer la admiración en el Concurso por el León de Oro. Se trataba de “Atardecer”, segundo largometraje del húngaro Lászlo Nemes, quien conquistara el Óscar a la Mejor Película de Habla no Inglesa con “El hijo de Saúl”, su apabullante ópera prima. Este alumno aventajado del maestro Béla Tarr pasó del infierno del holocausto nazi a los momentos previos de otro horror.

La acción se situaba ahora en la Budapest de 1913, en pleno «atardecer» del imperio austro-húngaro. Ahí, una joven huérfana regresaba al hogar para recuperar su vida. Iba en busca de su familia, o de lo que quedara de ella... Cuando creía haber dado con una pista prometedora, esta la llevaba a un callejón sin salida... y al final de este, parecía haber otro indicio prometedor. Y así durante dos horas y media.

Nemes volvió a acosar a su protagonista con la cámara, para dejar en segundo plano un mundo que se desmoronaba a cada paso andado. La película se convirtió así en un periplo kafkiano en el que las formas de las imágenes y las capas solapadas de sonidos destruyeron la lógica que nos ancla a la realidad. Todo asustaba; nada tenía sentido... Bárbaro, poderoso, aterrador. El “Atardecer” se consumó, y nos quedamos sumergidos en la oscuridad de la noche más negra.

Pero ojo, había más. Sin tiempo para recobrar el aliento, el Fuera de Competición nos dio el golpe de gracia con una rematada obra maestra. Steven Craig Zahler volvió con “Dragged Across Concrete”, thriller criminal perfecto (en serio, inmejorable) protagonizado por Mel Gibson y Vince Vaughn. El autor de “Bone Tomahawk” y “Brawl in Cell Block 99” (dos joyas) conjugó ahora las enseñanzas de Tarantino y Bresson en una historia de historias de violencia. Dos policías al margen de la ley planean un gran golpe, consistente en asaltar a unos atracadores de banco que están planeando su propio gran golpe. Con un mimo exquisito puesto en los tiempos muertos, Zahler cocinó a fuego lento una odisea urbana crudísima, rica en estallidos de violencia, y aún más en certeros apuntes sobre las tensiones raciales en la América contemporánea. Puro nervio, puro dolor. Lo dicho: un escándalo.

Así las cosas, la última propuesta de la jornada supo a poco. Normal. De vuelta a la Competición, Julian Schnabel presentó “At Eternity’s Gate”, biopic dedicado a Vincent van Gogh (encarnado este por un muy entonado Willem Dafoe). Aparato formal virtuoso para homenajear la obra del pintor holandés... y ya de paso, al propio director. Puro narcisismo; puro ego. Grande, sí, pero nada comparado con lo visto antes.