Victor ESQUIROL
TEMPLOS CINÉFILOS

El crepúsculo de la diosa

Era cuestión de tiempo. Venecia aflojó, y casi que lo agradecimos. El empalme de obras maestras invocadas por la 75ª Mostra era, por lo general, puro deleite cinéfilo, pero amenazaba seriamente con freírnos el cerebro. La carga neuronal de las películas a Concurso era tal que cuando por fin llegó una jornada floja, la gente no reaccionó con abucheos, sino con fuertes suspiros. Tocaba respirar.

Nos insufló oxígeno, aunque sin quererlo, el argentino Gonzalo Tobal con “Acusada”, dos en uno de thriller judicial y drama familiar. Mezcla preparada con el recetario efectista de las malas series televisivas, y madurado (es un decir) con el tacto imperante en cualquier tertulia de la prensa del corazón. Una joven capitalizaba, a su pesar, el interés mediático de un país que se preguntaba si esta había matado o no a su mejor amiga. Tobal, por su parte, jugaba a tapar, pero por torpeza (en el control emocional del relato, en la gestión de las metáforas) lo descubría todo. La historia pedía dudas, pero él largaba respuestas que nadie le había pedido.

Florian Henckel von Donnersmarck siguió con la tónica. El germano, autor del fenómeno “La vida de los otros”, presentó ahora “Obra sin autor”, película de metraje fluvial. Durante tres horas, ni más ni menos, el hombre se dedicó a renovar su pacto con el gran público. Las heridas del nazismo y de la Alemania partida se reabrieron para sanar, a lo mejor, con el poder del arte. En la historia, un pintor se servía de sus cuadros para sanar las heridas del pasado, y para ajustar cuentas en materia de memoria histórica. A brochazo (gordo) y tomando todos los atajos sentimentales que se presentaran. El director y guionista resucitó fantasmas de antaño sin mayor propósito que la lágrima fácil. Lo hizo con una frivolidad (y con una eficacia) que, sinceramente, asustaron.

La Competición se resarció, no casualmente, con la apuesta más arriesgada del día. “Vox Lux”, el segundo largometraje de Brady Corbet, se vendió como el biopic, muy sui generis, de una estrella de la música, encarnada esta por una Natalie Portman al borde de la parodia más auto-destructiva. Todo lo que vimos fue ficción (se encargó de recordarlo un aparato formal decididamente brillante), pero lo que sentimos sonaba demasiado a realidad. Tan ambicioso como grandilocuente, Corbet no sintió miedo por el desastre, y a él se acercó peligrosamente... solo para resarcirse en el ultimísimo momento. Arremetió así, con puro veneno, contra la cultura del pop, perversamente vaciada de contenido; condenada al crepúsculo por su propia falta de valores.

Por último, Fuera de Concurso, el maestro documentalista Frederick Wiseman nos llevó a “Monrovia, Indiana”, corazón blanco de los Estados Unidos de Donald Trump. Fueron más de dos horas de observación costumbrista, en las que sobraron las palabras para entender otro crepúsculo: el de un sueño americano convertido en poco más que carne procesada.