Raimundo Fitero
DE REOJO

Kalimotxo

Ahora sí que acabamos de entrar en la fase resolutiva del conflicto ético, gastronómico y estético. Cuando escribo veo a un astronauta dando una rueda de prensa hablando de sociedades patrimoniales y sociedades instrumentales, referido a unas casas que son de su propiedad pero que figuran a nombre de una sociedad anónima, limitada o como sea, que es una figura extraña, ya que dice, además, que una de sus casas, la de la playa, se la alquila a sí mismo. Casi todo debe ser legal, pero es esa legalidad la que es un abuso en sí misma. Lo que es más difícil de conseguir es que eso sea legítimo o al menos presentable siendo ministro de un gobierno que reclama la transparencia, la ética y la mecánica neumática como parte de su identidad.

Pedro Duque está tocado. Pedro Sánchez está en Nueva York hablando inglés con cierta soltura. Y se junta con Trump, que brinda con kalimotxo. Eso es lo más importante y significante de ese viaje. En una cena diplomática, sirven vino y el comandante en jefe pide su chispa de la vida light y consigue en un instante hacer universal esa bebida festera, ancestral, popular, controvertida, que se consume en todas las formas y cantidades que puedan participar con éxito en los récords de los récords.

Mi duda, mi gran duda, metodológica y de gusto, siempre es la misma: si alguien usa el vino bueno para mezclarlo con ese jarabe azucarado y pringoso, debe seguir sentado en mi mesa o debe irse a comer a la taberna o al parque. Y quienes me contradicen siempre argumentan lo mismo: ¿tú te haces los cubatas con ron bueno o ron a granel? Mi respuesta es sencilla y clara: el mejor, de veinticinco años si es posible. Pues ellos, los del kalimotxo, se ponen reserva. Y Trump, que es una sociedad patrimonial e instrumental por antonomasia, le da lo mismo el vino, pero le gusta el kalimotxo.