Arturo Puente
Periodista
JO PUNTUA

La última bala del dinero asustado

Manuel Valls ha desembarcado en Barcelona para lanzarse a la carrera por la alcaldía de la próxima primavera. El candidato tiene ciertos problemas, el más importante la falta de conocimiento del terreno, que ya le ha cobrado algunos resbalones. Este viernes el exprimer ministro francés aseguró que hay jóvenes catalanes que no saben hablar castellano. Lo hizo en una televisión española, ante un público que puede comprar su mensaje. Pero sus posibles votantes, en Barcelona, saben que es falso.

Incluso con estos problemas, Valls no es un mal candidato. Tiene tablas y una personalidad atractiva, está muy bien asesorado y llega de la mano de unas élites barcelonesas dispuestas a poner billetes y medios de comunicación a su servicio. Suficiente para conquistar buena parte de las ciudades europeas; ya veremos si también para triunfar en la siempre escurridiza capital mediterránea.

Ese apoyo del poder duro es lo que convierte la candidatura del galo en el síntoma de un terremoto mucho más profundo. Por primera vez en los salones del Círculo Ecuestre, del Club Nàutic y en las torres de la Diagonal se brinda sin manías por un candidato de Ciudadanos, alejado del catalanismo político que ha gobernado siempre en Catalunya.

Los que mandan están asustados: en media Europa y en América, también por supuesto los que mandan en el Ibex. Pero muy especialmente los barceloneses. Esos no ganan para sustos. Primero la victoria de Colau, después un proceso soberanista que hizo temblar los cimientos del statu quo, finalmente unas elecciones catalanas en las que los grandes rotativos y televisiones se vieron incapaces de dirigir el voto como solían.

El dinero barcelonés ve en Valls la última bala para recuperar su influencia institucional. Una contorsión de urgencia y de riesgo. Y, pese a todo, una operación que puede funcionar gracias a la incapacidad demostrada por izquierdas e independentistas para reconocerse y construir juntos desde sus mínimo común, que no es otro que su capacidad de asustar a las élites.