Las fugas de Sarrionandia
El editor Jose Mari Esparza nos ofrece en este artículo un extracto de su último libro, que verá la luz próximamente: “Apología. Memorias de un editor rojo-separatista”
Un día, a finales del milenio, José Miguel Arrugaeta me llevó a las afueras de La Habana a conocer a «alguien». Llegamos a un tranquilo «paladar» al aire libre y se acercó un tipo cargado de hombros, aire tímido y con un amago de sonrisa permanente que reconocí al instante. Era Joseba Sarrionandia, Sarri, Txorbito en la cárcel y vete a saber cuántos nombres más en su asenderada vida. Nadie sabía dónde estaba desde su escapada de la cárcel de Martutene en 1985, escondido en un bafle de música.
Hablamos durante ocho horas seguidas y repetimos sesión los días siguientes. Me di cuenta que estaba ante un amigo congelado. «Hacía años que no hablaba tanto en euskera», me dijo el maestro de la literatura vasca. Y me sorprendió lo alejado que estaba de una sociedad que lo mitificaba. Había llegado a la isla por raros vericuetos y apretadas condiciones, pero tuvo el tiempo libre suficiente para leerse toda la biblioteca pública cubana.
No sé quién de los dos disfrutó más aquellos días. Creo que él agradeció, después de tantos años, hablar con alguien de libros, de política, de lo divino y humano, y más con un navarro heterodoxo. Sarri, tan sensible a las periferias de la patria. Yo descubrí a un amigo que no ha dejado de sorprenderme: abierto en las formas, cerril en los fondos, hay que dejarle, como a la cabra, la soga larga –«fugitivo de profesión» se define él mismo– y animal literario al que le faltarán varias vidas para escribir cuanto rumia. Si le buscamos los egos, que suelen ser pandemia entre los escritores, no sabremos si los tiene muy recónditos o, simplemente, es tan humilde como aparenta. Su universo de letras y la búsqueda constante de aforismos, metáforas y paradojas no le apartaba de lo más prosaico, como «resolvel» en Cuba, superar el dengue, atender amigos o tender maromas entre los compañeros refugiados, todavía con resabios entre milis y polimilis. Rastreador de lo vasco en Cuba y de lo cubano aquí, cantamos juntos el Gernikako Arbola ante el panteón del Laurak Bat de La Habana y me mostró sorprendentes recodos de nuestra historia. Visitar con él las librerías era ir a tiro fijo, pues raro era el libro que no conociera. Algunos ya están en nuestro catálogo.
Para quienes estamos acostumbrados a las peleas cotidianas en una sociedad polemista como la nuestra, resultaba irritante que torciera el gesto cada vez que intuía un sesgo cainita entre paisanos, como si para él todo vasco tuviera algo provechoso. Era capaz hasta de enviar larguísimas cartas a descarriados como Jon Juaristi, cuestionando sus posiciones, cuando muchos en el país no perderíamos un minuto en discutir con un neosionista. Pero para alguien que fue detenido con 22 años y entre cárcel y exilio lleva ya casi 40 fuera, es lógico que vea su país con la misma ternura colectiva que los astronautas ven el planeta azul.
Esa bonhomía estuvo a punto de costarle cara. El día y hora que se fugaba de la cárcel coincidió que fueron a visitarle unos conocidos. Él miraba el reloj, se hacía tarde, ellos hablaban y hablaban, y no sabía cómo cortarles sin ser brusco... Efectivamente, para cuando regresó ya había acabado el concierto de Imanol, los músicos se habían ido, habían llevado los bafles a la puerta y los compañeros daban por anulada la fuga. En el momento en que el funcionario se fue a buscar las llaves, él no dudó en destapar el bafle y meterse adentro; Iñaki Pikabea hizo lo mismo a la vista de numerosos reclusos... y hasta ahora.
No era su primer intento de fuga. Después de su detención, entre duras torturas que se prolongarían durante ocho días, lo llevaron a un monte de Abadiano, en busca de un zulo. Cansados y molestos de excavar tierra durante largas horas, al anochecer los policías lo ataron abrazado a un pino, asegurándole que mientras ellos se iban a casa a dormir, a él lo comerían los lobos en la madrugada. En un juego entre infantil y perverso, simularon que bajaban hacia la pista donde tenían los coches, mientras se escondían tras los pinos a una veintena de metros. No contaban con que Sarri tenía la rareza anatómica de poder poner la mano del mismo grosor de la muñeca, así que se sacó una de las esposas y echó a correr monte arriba. Habría conseguido perderse, porque ya estaba oscuro y conocía el lugar, si no hubiera estado tan debilitado por los días de tormento.
En cuanto a la Revolución cubana, Joseba tenía la misma actitud que el resto de deportados: primero echaban un jarro de ron frío a cuantos llegábamos allá con demasiados ardores revolucionarios; luego, cuando casi te habían convencido de que no era oro lo que relucía, se pasaban al lado contrario. Lo resumió muy bien en una comida inolvidable que tuvimos con los amigos de la editorial Lom donde, después de que nos hiciera un repaso de toda la literatura chilena, hablamos de Cuba:
–«Pues se supone que vivimos en una sociedad-estado de trabajadores, pero realmente no se trabaja mucho, y tampoco se cobra. Tenemos los mínimos vitales cubiertos: alimentación de supervivencia, sanidad, educación y cultura son casi gratuitos. Se canta, se baila y se folla bastante, y se tiene la esperanza de vida más larga del continente. Como se acabó la explotación, y los sueldos son bajísimos, ¿para qué trabajar si ya tienen lo imprescindible sin hacerlo? Además, yo creo que los trabajadores intuyen que el paraíso socialista no debe ser una fábrica. Y esa es la cuestión, ¿qué es el paraíso? Y nos lo imaginamos siempre lejos, en otro mundo o en otro siglo. Sería mejor que nos tocase algo aquí y ahora, aunque sea un poco, pero ya. La gente aquí se liberó y lo que hacen con esa libertad, evidentemente, no favorece un crecimiento económico, pero tienen otros motivos de satisfacción que quizás son como migajas cotidianas de paraíso. Hay un refrán árabe que dice: ‘¿Dónde está el paraíso? Entre las tetas de una mujer, en los lomos de un caballo y en las páginas de un libro’. Bueno, cada quien tiene sus gustos. Yo creo que aquí se buscan insistentemente edenes más inmediatos que los que promete la religión, la explotación capitalista o la economía planificada socialista».
Le editamos varios libros con éxito notable. Durante algunos años la relación tuvo intimidades inenarrables para mí. Siempre lo recordaré en una madrugada de confidencias cuando, algo azumbrado para superar su timidez, acabó retándose en una cueva de cimarrones con unos repentistas cubanos. No salió tan mal parado. De la larga serie de versos que improvisó, retuve este:
«En la escritura fallé
y en el amor me botaron
en todo me destronaron
como me lo imaginé»