La gloria
Escribo la gloria y me quedo pasmado. Qué querrá decir hoy gloria; o, la gloria; o, en la gloria. Supongo que me he escrachado el discurso por mi tendencia a la confusión de la vida con el teatro, y las glorias, en teatro, son los saludos. Los apagones que se hacen para incentivar los aplausos del público. Y todo por no poner obituarios, que hubiera sido más directo. Aunque más obvio.
Me refería a la gloria de la fama, del éxito, del reconocimiento porque en apenas unas horas han muerto dos personas que ocuparon un espacio televisivo muy amplio. Una de ellas de conocimiento popular como personaje incorporado a nuestro quehacer bromista o redundante cotidiano. Me refiero a la abuela de la fabada. Que resulta ser una actriz que hacía sus cosas en teatro aficionado, en radio y televisión local y que una vez fue elegida por la marca asturiana, pasó a ser alguien cercana para la inmensa mayoría de los televidentes. Se llamaba Antonia Cruells, ha muerto en su pueblito catalán, y quedan varios anuncios que la consagraron y la llevaron a una cierta gloria.
La otra persona desaparecida, anduvo siempre por las responsabilidades televisivas de los despachos con moqueta, que no acaparan titulares ni se queman con los focos. Juan Manuel Martín de Blas ocupó cargos de responsabilidad programática en TVE, especialmente en la etapa socialista felipista. El dio paso a diversos programas de suma importancia, reforzó la identidad cultural de una parte de la programación de la estatal, se mantuvo siempre en una actividad más allá de lo inmediato y lo político partidista, pese a ser el responsable de la inmensa mayoría de lo sucedido en el 92. Con una formación amplia, siempre supo apoyar programas difíciles que acabaron siendo éxitos. Es decir, tuvo sus muchos momentos de gloria secreta y silenciosa, que se comparten con los equipos y cercanos.