Raimundo Fitero
DE REOJO

La sangre

Escribo con ese ruido ambiental de cifras, cantidades, emociones desbordadas, conexiones en directo, la comprobación de la existencia de miles de agujeros en la vida de los agraciados y para culminar mi biografía de desasistido del karma de la suerte azarosa, veo que ha tocado en Areta, allí donde Laudio se hace especial. Y en Bilbo y Gernika. Bueno, que crezcan todos los robles. Entramos ya en la irremediable senda de los tópicos navideños. Bienvenidos, la vida sigue, la sangre corre por nuestras venas, algunas comparten otros estímulos, y en algunas imágenes la sangre se convierte en testigo de cargo.

Sí, claro, la lotería provoca noticias positivas. Oculta las negativas. Deja la realidad sometida a la alegría circunstancial. Eso no palía el rencor del día después del día del apocalipsis catalán, y aparece una auténtica orgía de descerebrados políticos y periodistas que buscaban sangre y destrucción y no la encontraron. Su frustración es delirante. Eso sí, crece el número de traidores, y Zipi y Zape, compiten en su degeneración política. No tienen ni idea. Aznar tendrá que cambiar de muñecos. Estos no sirven nada más que para comer morcillas.

Pero como parece que se gana elecciones reivindicando la caza, los toros y todo aquello que tenga como ritual la sangre de animales, tengo que remitirme a uno de los boletos más premiados: la sentencia de unos magistrados del Tribunal Constitucional que tiran para atrás una ley de les Illes Balears que prohibían matar los toros en la plaza, y dicen, con dos criadillas, que está prohibido prohibir matar a los animales. Es decir, hay que matar, hay que ver la sangre y la tortura. ¿Es función del TC opinar sobre estas cuestiones? ¿En la gloriosa constitución española pone que hay que matar a los toros en la maldita y salvaje fiesta nacional por obligación? Salud.