Raimundo Fitero
DE REOJO

Bigotes

La rutina mató al gato. La avaricia a los langostinos. La gula a las langosta y bogavantes. Prueba superada. Nadie ve y mucho menos escucha al cuñado de Urdangarin diciendo sus tonterías de cuñado católico y votante indeciso entre las tres derechas y una única verdadera. Pero todos comentan lo que dicen los medios y los bocazas de turno de noche de los partidos políticos y desde ahí se crea una tendencia, se construye un discurso pasajero, efímero. ¿A quién le importa lo que digan uno y los otros? Todavía nos quedan muchos bigotes para amontonar en nuestros platos y basuras. ¿Cuántas toneladas de langostinos se habrán consumido en estas mesas familiares? Un exterminio.

Donde yo rompí los botones de la camisa se estableció una prohibición previa: fuera los teléfonos de la mesa. Todos los mensajitos sonaron desde lejos. Bien. Pero en un momento dado, alguien dijo con tono sagrado que lo tenía en modo avión, pero que iba a hacer fotos para tener un recuerdo. Setenta y siete fotos he recibido de esta primera entrega. Casi una por langostino. O siete por botella de cava. ¿De qué habló el cuñado? Da lo mismo. Me he despertado con una palabra sonajero: convivencia. Pues, venga, hoy comemos convivencia. Con vivencia extracorpórea. Y pedimos libertad para los langostinos. Una tregua. ¿De dónde salen tantos corderitos lechales? Eso sí, rompo en llanto cuando sacan el cardo rojo de Arguedas. Y lamentamos que este año que despedimos no ha traído las heladas pertinentes para que alcance el punto de excelencia. La tierra, las manos de los homínidos, el frío, la paz, la entrega amorosa para pelarlo minuciosamente, el pasarlo por agua helada para que se retuerzan, unos ajos picados, buen vinagre y aceite de Murchante. Me están mirando las alcachofas de Tudela. Sin bigotes.