La dictadura de las pequeñas minorías
Es curioso que ahora que el secretario de Defensa de EEUU, James Mattis, ha dimitido nadie le llame Perro Loco. Cuando le nombraron para el puesto no se oía otra cosa que no fuera su sonoro sobrenombre. Entonces aquel apodo ponía en evidencia al jefe que lo designaba, Donald Trump; ahora que ha renunciado se omite por la misma razón. Es difícil precisar quién es el cuerdo en esa Administración, pero desde luego el tono de la conversación no se marca desde sus despachos.
En cualquier caso, se dan muchas situaciones en las que no se sale con la suya ni la mayoría ni el más poderoso, sino, por expresarlo de alguna manera, la persona o el grupo más terco. Por ejemplo, a la hora de decidir el menú navideño se suelen repasar las alergias o intolerancias para eliminar o sustituir los alimentos que puedan ser conflictivos. Si al resto de personas le es indiferente uno u otro, la sustitución se producirá. Por esta razón los productos para alérgicos se venden en mucha mayor cantidad que la proporción de población afectada. Algo análogo ocurre con los coches automáticos: se producen más porque todo el mundo los puede conducir, lo que no ocurre al revés: no todos pueden pilotar uno manual.
Son ejemplos de cómo actúa la regla de la minoría intolerante que viene a decir que se suele terminar imponiendo el deseo de la minoría cuando su preferencia no tiene un coste apreciable para la mayoría. Por ello conviente tener claro que las preferencias de la extrema derecha tienen un coste muy considerable y ahí sí que no se puede transigir.