29 ENE. 2019 BALLET NACIONAL DE ESPAñA Un vestuario de leyenda para una gran coreografía Mikel CHAMIZO El homenaje a Antonio Ruiz Soler, más conocido como “Antonio el Bailarín”, que protagonizó el domingo el Ballet Nacional de España en el Kursaal, fue una ocasión extraordinaria para detenerse a observar una parte de la historia de la danza española del siglo XX. El actual director artístico de la compañía, Antonio Najarro, ha recuperado cinco de las mejores coreografías del legendario bailarín sevillano, que fue un actor muy destacado en el cruce de caminos entre el flamenco tradicional y el ballet, ayudando a configurar lo que se conoce como danza clásica española. Así, la primera parte de la velada permitió revisitar páginas tan célebres como el “Zapateado” de Sarasate, que Antonio creó en 1946 mientras vivía de gira constante por América del Norte y del Sur, y que es uno de los exponentes más virtuosos de este palo y de esta forma de bailar marcando el ritmo con los pies sobre el suelo. La recreación que de él hizo Francisco velasco fue sobresaliente, transmitiendo una enorme energía sin por ello sacrificar la precisión de las complejas polirritmias de los pies del bailarín. El enorme éxito que cosechó el “Zapateado” marcó, en cierto modo, algunas carácterísticas del estilo de Antonio, que apostaba en sus coreografías por elementos que subrayan los elementos rítmicos de las partituras. Además de los pies, en la “Eritaña” de Albéniz se emplean las castañuelas, y la “Fantasía galaica” de Halffter, que creó en 1956, hace uso del choque y roce de vieiras en las manos de los bailarines. Ambos números fueron ejecutados a un gran nivel por el cuerpo de baile del Ballet Nacional de España, que parece estar en un momento de forma excelente y con un nivel muy homogéneo en la calidad de todos sus miembros. La primera parte reservó también un guiño a la exitosa carrera cinematográfica de Antonio el Bailarín, con un taranto extraído de “Lunas de miel”, que en la película de Michael Powell baila Carmen Rojas y que en Donostia estuvo defendido por Esther Jurado. La segunda parte del espectáculo fue, si cabe, mejor, porque a una de las mejores coreografías de Antonio se sumó la presencia de la escenografía más maravillosa jamás creada para un ballet: la que Pablo Picasso diseñó para el “El sombrero de tres picos” de Manuel de Falla, con motivo de su estreno por los Ballets Rusos en Londres en 1919. Si los datos no me fallan, el set de escenarios y figurines diseñados por Picasso no se habían vuelto a emplear desde 1997, con motivo de la reapertura del Teatro Real de Madrid. La increíble riqueza del vestuario, que abarca una amplia gama cromática de colores, y que presenta detalles geométricos que bailan por sí mismos junto al movimientos de los bailarines, generaron un efecto hipnótico en pasajes como la “Jota” final, con los casi 40 componentes de la compañía sobre el escenario.