Un pasado abominable
Uno de los giros de guion más sorprendentes (por imprevisible, por incomprensible) que nos dio la temporada de premios de 2017 fue el del Globo de Oro a la Mejor Película de Habla no Inglesa otorgado a Fatih Akin por “En la sombra”. En dicha película, el director turco-alemán abordó el horror del terrorismo moderno, y concluyó (atención) que las puertas del paraíso están abiertas incluso para los asesinos no arrepentidos. Fue traumático, sí, pero como los galardones (y parte de la crítica) le aplaudieron la ocurrencia, el hombre siguió a lo suyo.
Hasta que en Berlín pagamos las consecuencias. Así regresó el hijo pródigo al festival que lo encumbró, y así decidió inmolarse. Fatih Akin presentó “El guante dorado”, la que seguro que va a ser una de las películas más abominables de la temporada. De lo que se trataba aquí era de resucitar los fantasmas de la crónica germana más negra. El film, para ubicarnos, es una reconstrucción de los crímenes de Fritz Honka, también conocido como «el destripador de Sankt Pauli», un infame asesino en serie que aterrorizó a uno de los barrios populares de Hamburgo allá por la década de los setenta.
Material de base espantoso que, en manos de Akin, se convirtió en algo directamente asqueroso. El director y guionista provocó (más bien maltrató) durante casi dos horas. Lo hizo activando el zoom de la cámara cada vez que detectaba alguna malformación, sin importarle si esta pertenecía al verdugo o a las víctimas. Al fin y al cabo, lo que realmente pretendía el director era dibujar un panorama de degeneración (corpórea, moral) generalizada. Sin mayor justificación que el gusto –malsano– por el morbo y la fijación por la miseria humana. Así de pueril, así de vomitivo, así de condenable.
Por desgracia, ahí no se acabaron las malas noticias. Agnieszka Holland, inexplicable vaca sagrada en la Berlinale, volvió a hacer de las suyas. En “Mr. Jones” (biopic dedicado a la figura heroica de Gareth Jones, imprescindible en el descubrimiento y posterior divulgación de las terribles hambrunas causadas por el gobierno de Stalin) la directora polaca reivindicó la ética periodística en tiempos oscuros. Una posición loable... correspondida con una actitud no tan acertada. Aturdida por su propio exceso de efectismos y lastrada por una puesta en escena artificiosa (además de añeja), la película nos recordó, muy a su pesar, que de las palabras no se vive. Su discurso humanista captó nuestra atención, pero su desfasada ejecución cinematográfica hizo que el conjunto muriera de hambre. Lástima.
Así las cosas, nos conformamos con las migajas. La tercera entrada a concurso de hoy fue lo único rescatable. La macedonia Teona Strugar Mitewska declaró que “Dios existe, y su nombre es Petrunya”. Su propuesta se concretó en una tragicomedia feminista. En un ejercicio de costumbrismo «semi-berlanguiano», tan obvio en el planteamiento de sus tesis como defendible desde el punto de vista ético. El fanatismo tradicionalista, opinó la directora, es el mal que nos impide avanzar como sociedad. Elemental, pero correcto.