Cambio de última hora
Por si esta Berlinale no estaba siendo lo suficientemente accidentada, llegó el destino, hurgó en la chistera, y se sacó otro giro de guion magistral. Para la penúltima jornada de la Competición estaba programado el último trabajo del chino Zhang Yimou, uno de los autores más admirados en esta ciudad. Para dicha película estaban anunciadas ni más ni menos que seis sesiones, contando el correspondiente pase de prensa. Pues no, al final, nada.
Ayer mismo, un comunicado de la organización lamentaba informar que el film en cuestión se caía de una Competición que a partir de ahora, se quedaría en solo 16 títulos. El problema, siempre según fuentes oficiales, estaba en unas labores de posproducción que se habían alargado más de lo previsto. Parecía que la película estaba a punto, pero en realidad no. Entonces, ¿por qué fue elegida por el comité de selección? El misterio invitaba a la especulación. A saber: Yimou, que en los últimos años ha mantenido una relación más bien tormentosa con su gobierno, estaba a punto de estrenar una película ambientada en los años de eclosión de la Revolución Cultural. Por supuesto, los rumores de censura se propagaron como la pólvora. A todo esto, el festival no dio más datos, simplemente confirmó que sustituiría “One Second” (la cinta maldita) por “Hero”, emblemática épica heroica del mismo autor, y del año 2002. Un papelón, vaya.
Con esta conmoción de última hora nos enfrentamos al programa doble de hoy de la Competición. Pero por suerte, y por una vez, esta se comportó. Al principio nos reencontramos con Angela Schanelec, cineasta fundamental para entender la fijación del cine alemán con la infelicidad. En “I Was at Home, But” nos hizo vivir en un extraño ecosistema que parecía surgido de la mezcla de los subconscientes de Michael Haneke y Roy Andersson. Ahí lo hierático (capaz de engullir hasta la pasión shakespeariana de “Hamlet”) se impuso como única pose (a lo mejor filosofía) para enfrentarse a la vida.
A través de una puesta en escena muy trabajada en la composición los planos, Schanelec desnaturalizó cualquier acto que tuviera que ver con la recitación, es decir, con la reproducción de aquello que es auténtico. Se originó así esa paradoja colosal que, de hecho, encapsula cualquier expresión artística: en el reflejo imposible de una ficción increíble, se captó buena parte de la -herida- condición humana.
Después de esto, llegó la consagración del italiano Claudio Giovanesi. En “La paranza dei bambini” el director romano nos llevó a la Nápoles de Roberto Saviano. A lo largo de dos horas, sobrevivimos en una jungla urbana compartimentada en barrios que, en realidad, eran reinos cuyos gobernantes estarían inevitablemente atados a las idas y venidas de la rueda de la fortuna.
El espectacular trabajo de cámara inyectó adrenalina de forma constante a un texto cuyas cuantiosas visitas a los lugares comunes del género mafioso fueron sabiamente reconvertidas para dibujar un universo no sujeto a cambios. Todo lo que vimos en “Gomorra” se reprodujo en la generación del trap y de los tutoriales de YouTube. Las malas costumbres no mueren, sino que rejuvenecen. Terrorífico.