15 FEB. 2019 TEMPLOS CINÉFILOS Hasta pronto, Berlinale Victor ESQUIROL Hasta aquí llegó la Competición. La 69ª Berlinale echó el cierre un poco antes de lo previsto (recordemos la sonada baja de última hora de Zhang Yimou), pero le quedó el consuelo, para nada menor, de despedirse con mucha más dignidad de la que habían insinuado sus –torpes– primeros pasos. Empezamos con las dudas Lone Scherfig, y terminamos con la maestría (no se puede decir de otra manera) de Wang Xiaoshuai. La última película a Concurso en la carrera por el Oso de Oro fue “So Long, My Son”, título que se podría traducir, de forma literal, como “Hasta pronto, hijo mío”. En la pantalla, la propuesta se tradujo en más de tres horas (casi nada) de poso humano. Dos niños contemplaban, entre maravillados y temerosos, los divertidos placeres de la ociosidad infantil. Uno quería probarlos; el otro no. Corte y drama en elipsis. A la siguiente escena, el padre del segundo iba corriendo al hospital, llevándose los pulmones (y el alma) en tan aciago trayecto. Nosotros, espectadores, no lo vimos, pero Xiaoshuai sí. El autor de “La bicicleta de Pequín” se reencontró con su mejor cine gracias a una película tan grande (se admite inabarcable) como el país en el que transcurría. En ese instante que no vimos, el tiempo se detuvo para una familia, entonces él activó el cronómetro. A partir de ahí, navegó por un río que nos llevó por cuatro líneas temporales distintas y por postales (interiores y exteriores) híper-ilustrativas de los avatares en la realidad china a lo largo de las últimas décadas. Ahí quedó pues un bello (y doloroso, y esperanzador) retrato colectivo que nunca perdió la escala humana. Lo podría haber firmado el mejor Jia Zhangke. Con este último destello, y dado lo atípico del programa de este año, ha quedado un día de reflexión previo al anuncio de los premios. Está en manos del Jurado presidido por Juliette Binoche resolver la última ecuación planteada por Dieter Kosslick. Ahora mismo, la crítica apunta claramente hacia dos favoritos para vencer el Oso de Oro: Angela Schanelec y Nadav Lapid. El público opta más por François Ozon y Teona Strugar Mitevska. Y entre unos y otros, siguen conservando posibilidades Wang Quan’an, Claudio Giovannesi y, por supuesto, Wang Xiaoshuai. Si los galardones se acuerdan de todos ellos, quedará un palmarés muy respetable. Y mientras esperamos, reflexionamos en uno de los muchos programas de cortos que dan color y sabor a este certamen sin lugar a dudas interminable. En uno de ellos, encontramos “Leyenda dorada”, co-dirigida por Chema García Ibarra y el donostiarra Ion de Sosa. Esta pieza de apenas diez minutos pretende reproducir, precisamente, los colores, sabores y temperaturas de una tarde de verano en la piscina municipal de la cacereña Montánchez. El resultado de todo ello fue un baño sensorial, bella e inquietantemente filmado en 16mm. Un ejercicio de costumbrismo fantástico en el que la cámara y el micrófono parecían encapsular la mismísima esencia ibérica... y convertirla en una fuerza oscura que vienía a hablarnos, a lo mejor, de un país en el que parece ir todo bien. Aunque en realidad no. Reflexionemos.