El perdón que tanto cuesta decirse
Borja Ortiz de Gondra reincide en acercarse a las consecuencias del conflicto vasco a través de mostrar situaciones verosímiles que forman parte de una ficción con visos de ser parte de su propia experiencia o de su familia.
Es una mirada parcial, desde un lado, aunque en esta ocasión se dé cabida con rango narrativo fundamental a algunos de los otros Gondra, es decir, los que tuvieron que enfrentarse al exilio, la persecución y la cárcel por su lucha política. Acierta cuando el desgarro se muestra desde la intra-historia, desde lo familiar, ese distanciamiento que tiene antecedentes históricos que se convierte en odio y se presenta con diferentes máscaras.
Es una obra de teatro. Y se dice por activa y por pasiva, que estamos ante una obra de teatro, poniendo el metateatro como argumento. No es un documento histórico, siempre estamos en el juego entre realidad y ficción, no es un juicio, aunque es difícil escaparse a lo planteado, donde parece que revolotea de una manera obsesiva la palabra perdón.
Ese perdón que esconde en ocasiones el contexto. Ese perdón que parece tener capacidades mágicas. En términos dramatúrgicos, los personajes están bien desarrollados, la tensión dramática se mantiene con recursos teatrales, hay emoción, cambio de ejes discursivos, ganas de cerrar una etapa, de ayudar a cicatrizar heridas, y por ahí llega a los espectadores.