Antonio Alvarez-Solís
Periodista
GAURKOA

La libertad y el poder

Hace unos pocos días escribí una columna sobre la teoría pura del Derecho. En esa teoría el sr. Kelsen sostenía que las leyes son producidas por otras leyes según determinadas necesidades objetivas de la sociedad, sin que opere la supuesta soberanía popular. Esta teoría fue la que alzó a la dictadura hitleriana, con su exaltación del héroe. Por su parte el sr. Hauriou, un kelseniano más refinado de modos, como buen francés, puso en marcha el institucionalismo jurídico, que definía el poder como una «libre energía que merced a su superioridad moral procede a gobernar la sociedad mediante la creación constante del orden y del Derecho». Obviaba, pues, el reconocimiento de la ya mencionada soberanía del pueblo para articular las leyes que la nación creía necesitar. El fascismo se apoderó de la vieja Europa y ahora ya del mundo entero. Y la tiranía usufructuó por entero la creación de las leyes que mantuvo constantes mediante las normas legales que se sucedieron dentro del mismo esquema político.

He recordado el comienzo del fascismo presente en todo lugar para no perder de vista el mecanismo de la globalización, que es el caldo de cultivo de las tiranías vigentes, que para conservar la adhesión de la burguesía, aún con una determinada presencia, utilizan arbitrariamente en su lenguaje el término de democracia.

Recordé sumariamente el escrito mío de hace una semana para hablar de la situación presente en el Estado español. Estamos gobernados por un kelsenianismo llevado a término con una rudeza tan áspera como primitiva. En el término de cuarenta y ocho horas tanto el Rey como el presidente del gobierno han decidido poner a nuestro alcance el sentido de su democracia. El Rey, en una reunión internacional en que le fue entregada una distinción como dirigente demócrata, ha dicho cosas que reproduzco textualmente: «No es admisible apelar a una supuesta democracia por encima del Derecho».

La cita es verdaderamente majestuosa. Y digo tal cosa porque este razonamiento parece haberse utilizado dos o tres siglos atrás, la época de los reyes. Vamos a concretar respetuosamente nuestra crítica. Ante todo: es precisamente la democracia, o sea, el poder del pueblo, al menos desde la Revolución Francesa, el que decide cómo han de ser y qué contenido han de tener las leyes. Es decir, que si la nación determina cambiar una ley, en primer término la Constitución, y el poder se niega, ese poder es ilegítimo y golpista, vocablo que empleo por haberlo resucitado unos tribunales que han decidido gobernar Catalunya desconociendo absolutamente la soberanía popular sentada, mediante sus legítimos representantes, en el Parlament catalá.

En este sentido quiero rendir tributo de admiración a Inglaterra por mantener unos principios constitucionales absolutamente renovables en el momento en que lo decida el Parlamento británico, institución que se conserva viva en todos los sentidos. Son los ingleses los que deciden sus leyes, no sus leyes las que generan a los ingleses.

Y sigue Su Majestad: «El independentismo catalán contravino el ordenamiento jurídico para hacer una declaración de independencia que contravino el ordenamiento jurídico». Pues bien, si un pueblo contraviene el ordenamiento jurídico, hay que darle voz inmediatamente para que una consulta leal y directa aclare la situación. A eso se llama referéndum o democracia radical. Un referéndum en que vote la ciudadanía, en este caso la catalana, sin la presencia armada de la Guardia Civil. Claro que este mecanismo es rechazado por Madrid, que llega a resucitar una ley tan olvidada e inaplicable como es la de rebelión. Ciertos españoles aún piensan que estamos ante el levantamiento de Cuba o en presencia de algunos militares, creo que pocos, que piensan, según ciertas informaciones, hacer de nuevo la carrera de un general que, como el Cid, sigue victorioso aun después de muerto.

Y qué decir del jefe del Gobierno que alentado por sus maestros del socialismo liberal –¡señor, que emburrio!– ha publicado nada menos que sus memorias de seis u ocho meses, que contienen juegos de palabras como las que siguen: «Sin democracia no sería legítimo el Derecho, pero sin Derecho la democracia no sería real ni efectiva» (La solución, mañana) Todo esto ha debido aprenderlo de la Kábala, en esos viajes en el “Rey de España” que, por cierto, antes se averiaba cada vez que levantaba el vuelo, hasta el punto de que me recordaba aquel malogrado y triste anuncio propagandístico que hizo “Aviación y Comercio”, mientras se precipitaba al suelo uno de sus aparatos, precisamente durante unas navidades hace ya muchos años: «Si viaja usted con nosotros no viajará con ninguna otra línea».

¿Adónde va España? Aunque la pregunta más sensata sería en estos momentos ¿de dónde viene España? A veces pienso que España es el INEM de los políticos de nuestro infortunado país, que andan ahora por el mundo a ver si cae alguna bicoca porque, en estas últimas semanas, a Ciudadanos y Vox les ha invadido el ansia de dormir en la Moncloa a la sombra de los árboles enanos que plantó Felipe González mientras sus parados andaluces le preguntaban un poco sorprendidos ante el viaje del PSOE: «¿Qué hay de lo mío, maestro?» Pero un simún ideológico se había llevado por delante aquel Suresnes donde se había anunciado el gran reparto.