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Entrevista
JAUME FUNES
SICÓLOGO Y EDUCADOR

«La gran asignatura de la crisis de la escuela está en Secundaria»

Llega a Bilbo para hablar en las jornadas «Sortu eta Hazi. Educación crítica y participación juvenil», en Bizkaia Aretoa, el jueves y viernes, y presenta su libro «Quiéreme cuando menos me lo merezca... porque es cuando más lo necesito», una guía para familias y docentes, tras más de 40 años unido a adolescentes. Su mensaje: en clase y en casa, hay que adaptar la mirada a la naturaleza de su edad y de su tiempo.


Jaume Funes participará el jueves en el congreso Sortu eta Hazi, un encuentro sobre el papel de la educación que reunirá a expertos de todo el Estado. Y llega con nuevo libro, un compendio de mensajes para ayudar a mirar a familias y educadores, basados en más de 40 años de trabajo con adolescentes.

«Quiéreme cuando menos me lo merezca... porque es cuando más lo necesito». El título es una declaración de principios, una máxima para las familias, ¿también para docentes?

Ojalá sirviera para los docentes. Honestamente, está siendo bastante leído por ellos. Está pensado en un tono ágil no solo para padres y madres sino también para profesionales de la educación, para pensar que acaban viendo problemas en lugar de adolescentes. El libro está pensado, simplificando mucho, para que el docente tenga en cuenta que tiene un adolescente en el aula y que no todos los días el cálculo de la tangente va a dar el mismo resultado, va a depender de si están enamorados, agobiados... y esto es lo que no siempre Secundaria tiene en cuenta, especialmente hoy, donde hay una gran distancia.

Las familias parecen a veces perdidas al abordar cómo gestionar las relaciones con y entre adolescentes, ¿ve a los docentes igual o más centrados?

Hay de todo, hay profesionales de la educación extraordinariamente implicados. Y suerte de ellos, que se convierten en adultos próximos y positivos o, como dirían chicos y chicas, tutores enrollados. Suerte de ellos, que los adolescentes encuentran adultos con los que contar. Con las familias hay una línea genérica que es el desconcierto. Se han hecho mayores y ahora ‘cómo demonios los tutelo’, o ‘no creo que sean todavía mayores cuando ellos creen que se comen el mundo’ pero, a la vez, en un mundo en el que una parte de lo que están viviendo los adolescentes es desconocido para los adultos. Eso no ha valido nunca, pero ahora menos. No podemos invocar nuestra experiencia porque los mundos en los que están inmersos son desconocidos para los adultos, lo que añade a veces más desconcierto en padres y madres que olvidan que lo principal sigue siendo igual pero que tienen que descubrir con ellos y ellas mundos desconocidos.

A veces, comportamientos propios de la edad se presentan como problemas, ¿falta comprensión, información, formación?

De ahí venía un poco lo del titulo, tiene que ver con esa dificultad para mirarlos. Después de más de 40 años y pico de adolescentes, hay dos cosas que creo que son básicas: cómo los miramos –ellos perciben si estamos buscando problemas, viendo problemas o estamos simplemente mirando adolescentes y por tanto, introduzco en el libro un capítulo sobre qué es normal en un adolescente–, y qué puedo esperar y qué de ellos –porque si nos comportamos como conservadores reaccionarios, ya le tenemos liada–. No toca con esa edad, es una edad para descubrir, para experimentar, ver que el mundo es otro.

A los adultos nos falta contener la angustia, dejar de mirarlos con espanto y a la vez tener un poco de esperanza y de paciencia, que ya cambiarán. ¡Si los padres de hoy en día fueron adolescentes! Yo no, porque en mi generación no había adolescencia, pero los padres de los adolescentes de hoy sí fueron adolescentes, ¿por qué se olvidan tan pronto de que pueden llegar a ser mujeres y hombres razonables? Hay esa especie de mirada en clave de problema en lugar de mirar en clave de descubrir, de ver por dónde van sus historias, su vida.

La educación ha evolucionado en las primeras etapas, pero Secundaria parece más rígida.

La escuela, en nuestro entorno, lleva un siglo de innovación, de renovación. De hecho, algunos de los movimientos de innovación recuperan aquella expresión de construir una escuela nueva. Ha habido sus altibajos. La escuela tiene que cambiar por dos razones: porque cumpla o no cumpla las funciones que le otorgamos o porque la sociedad ha cambiado tanto que ya no se adapta. Yo puedo hacer lo que quiera pero sé que mi nieto de nueve años se mueve en una pantalla táctil infinitamente mejor que delante de un papel y un lápiz. Es un solo ejemplo, pero tengo que descubrir cómo educo o enseño.

En Infantil especialmente, la innovación ha sido muy importante, en Primaria hay de todo pero también hay ganas de hacer una escuela nueva, pero en Secundaria siempre ha habido una gran resistencia, siempre ha sido un poco el ejemplo de lo que había de ser la escuela de transmitir conocimientos con independencia de quién los recibía. El drama es que hoy en día la distancia entre la adolescencia y las escuela es tan enorme que nos pasamos el día casi engañando a los chavales de que es bueno ir a la escuela, porque ellos van convencidos, sobre todo cuando ya están en tercero o cuarto de la ESO, de que ‘si no queda más remedio voy’, pero hay una enorme distancia. Hay institutos, escuelas, ikastolas que funcionan muy bien pero hay una enorme distancia, adolescencia y escuela pueden acabar convirtiéndose en incompatibles. Por eso dediqué un capítulo a recuperar esa escuela inevitable, pero que se vuelve incompatible, porque es inevitable que vayan a la escuela y es importante que continúen educándose, pero la gran asignatura de la crisis de la escuela está en Secundaria.

¿Tiene que ver esa cantidad de horas lectivas, asignaturas... y prestar menos atención a las emociones...?

Es muy absurdo que sigamos hablando de asignaturas en un mundo globalizado, donde no hay ningún conocimiento que no dependa de otro y donde la explicación del mundo es siempre interdisciplinar. Por tanto, seguir erre que erre con once profesores diferentes que enseñan cada uno una signatura ya es antididáctico. La segunda cuestión es ¿por qué seguimos empeñados en transmitir conocimientos cuando cualquier página de cualquier enciclopedia digital por mala que sea sabe más que el profe que está enseñando? Antes preguntaba ‘¿seño, y eso para que sirve?’ y ahora nos pregunta ‘¿y por qué tengo que saber eso?’.

La discusión es cómo estimulo yo a un adolescente para decir ‘tío, que si tú no sabes otro te explota’, que te has de preguntar `¿por qué pasan las cosas?’, pero en lugar de dedicarnos a estimular la pregunta nos dedicamos a que empollen respuestas, otro lío. Tercera cuestión, si estamos de acuerdo en que también existe eso que llaman como moda las inteligencias emocionales, si estamos de acuerdo en que un adolescente es una olla a presión de sentimientos, de emociones, de vivencias… en las que no hay meteorólogo que pueda aclarar si hoy toca tempestad o toca calma, pretendemos que solo se aprenda racionalmente cuando son creativos, ¿por qué no hacemos que, como mínimo, lo que queremos que aprenda tenga algo que ver con lo que sienten y con lo que viven? Al fin y al cabo ¿por qué acaban odiando las matemáticas? porque se les ha cruzado la seño correspondiente, no porque odian las ecuaciones. ¿Por qué no nos ponemos a descubrir ‘pero mira, si en la vida tienes un problema lo has de formular adecuadamente’? En lugar de hacer eso, seguimos en el racionalismo memorístico. Porque si fuera al menos el racionalismo de ayudar a pensar... pero no es ni eso.

¿Qué es la pedagogía y ética adolescente?

Tiene que ver con estas jornadas. A lo largo de estos años he trabajado en ámbitos diversos, en la calle, en la justicia juvenil, en la protección, en la atención a las drogodependencias, en la escuela… Hay una historia transversal que parece que es la que se olvida más y parece mas difícil, que finalmente si tu quieres educar a un adolescente has de colocar la ética y has de colocar la política, es decir has de colocar los valores. Es decir, finalmente el que fumen o no fumen un porro tendrá que ver con que digan si la maría es libertad o no. La discusión es cómo puedo ser feliz y todo eso tiene que ver con valores, con cómo le dices a un adolescente que se está construyendo que para ser él, la identidad, por ejemplo, no la puede hacer contra otro, que no puede decir este no es de los míos, o que si un adolescente dice que el mundo es una mierda habrá que darle a entender ese mundo. Por eso, la sesión en las jornadas es cómo ayudamos a un adolescente a que diga ‘vale la pena’. Viene del libro anterior “Alex no entiende el mundo”, un diálogo con un adolescente, en el que se dice que si yo no me hago preguntas ¿quién me da las respuestas? ¿La Coca Cola, la religión, el dogma político…? ¿Cómo ayudo a entender ese mundo? Ese es el capítulo sobre la ética y uno último del por qué de la sociedad y si vale la pena cambiar o no el mundo en el que estamos.