De votos y conquistas sociales
Recientemente se han cumplido cuarenta años desde la primera ocasión en la que Herri Batasuna pudo acudir legalmente a unas elecciones en el Estado español. Se trató de una conquista, lograda superando numerosos obstáculos: quienes pilotaban la transición postfranquista no querían que ocurriera. Años más tarde sucedería lo mismo con la legalización de esta formación. Lo recuerdo bien, entre otras cosas, porque tuve el honor de intervenir en los actos de celebración.
Teníamos muy claro entonces que estábamos conquistando espacios mediante la lucha. Y quienes estaban enfrente también lo percibían así, porque sabían que se abrían nuevos ámbitos de lucha. Elecciones, legalidad, votos no eran en definitiva sino nuevos retos políticos a gestionar desde la perspectiva de avanzar hacia los objetivos estratégicos.
Cuarenta años después, si miramos hacia el pasado, recordaremos que aquellas conquistas fueron revertidas con las ilegalizaciones y la ofensiva autoritaria del régimen del 78, bajo el paraguas del «todo es ETA». Fue necesario recuperar esas conquistas y no resultó fácil: hubo quien lo pagó con la cárcel. De nuevo, fue la lucha la que abrió nuevos espacios de lucha.
Vivimos un tiempo de ofensiva global contra todas las conquistas sociales. Las tendencias autoritarias y punitivas crecen a nivel sistémico, pero también permean nuestras sociedades, haciendo que sectores que se sienten perdedores opten por posiciones reaccionarias, que a veces se presentan, paradójicamente, como antisistémicas. Se alimenta así un peligroso bucle, algo especialmente grave en el Reino de España, bastión autoritario articulado contra diferentes enemigos internos.
Solo tomando nota del coste de estas conquistas podemos evitar su banalización. Las conquistas sociales deben blindarse, pero no a la defensiva, sino formulando retos ambiciosos, por ejemplo, consolidando posiciones electorales.