Policía
No me gustan las frases que empiezan con «hay dos tipos de personas». Creo que hay tipos de personas, pero pocas veces las generalizaciones son tan groseras y el binarismo de nuestro pensamiento tan atroz como cuando queremos dividir a la gente en tan solo dos categorías estancas, buenos y malos, Elvis o Beatles, con o sin cebolla. Y sin embargo, aquí estoy diciendo que si hubiera dos tipos de personas, yo las clasificaría entre quienes ven un policía y respiran tranquilas y las que nos ponemos, como mínimo, alerta. Supongo que no será fácil encontrar una lectora o lector de GARA que no pertenezca apasionadamente al segundo grupo.
Y es que los uniformes son odiosos, a excepción quizá del de los bomberos que, como decía Julio Cortázar, es «el menos hijodeputa de todos». Por eso resulta tan difícil saber qué hacer cuando toca gestionarlos. Como decía en este mismo periódico hace tres años Amadeu Recasens, Comisionado de Seguridad del Ayuntamiento de Barcelona, «para gobernar es imprescindible un discurso sobre la seguridad, y la izquierda no lo tiene». Seguramente porque cuando la mayoría de personas de izquierda cerramos los ojos para ver la policía ideal no vemos ninguna.
Por eso tiene tanto mérito lo que ha ocurrido en Iruñea, la manera en la que el cambio se ha hecho notar en la política de seguridad. Hace diez años cuando empecé a venir regularmente a esta ciudad una policía municipal sacada de los hombres de Harrelson custodiaba con los dientes apretados la misma puerta del Ayuntamiento que hoy suele verse abierta a diario. Siempre he odiado la expresión policía de cercanía, pero lo cierto es que, bajo la sobresaliente dirección de Aritz Romeo que, tristemente para esta ciudad, acaba de anunciar su retirada de la política, se ha avanzado hacia un modelo en el que se prima el arbitraje sobre las multas, se trata a las personas como algo más que sospechosos y todos somos ciudadanos, incluso aquellos que mantendremos para siempre nuestro íntimo odio a los uniformes.