La estupidez
Detalles que carraspean en la garganta profunda del determinismo histórico. Lo mejor de los dos debates seguidos es que nos hemos entretenido en las otras pantallas más que en la del electrodoméstico esencial, al que pronto deberemos poner lo de ex. No obstante, la pantalla de casi siempre, la televisión, convocó a más de nueve millones, cerca del cincuenta por ciento de los individuos que en ese tiempo estaban viendo la tele. Un dato. Nada más. Se rumorea que si hubiera un tercero crecería la natalidad. Alguien remata con: o la eutanasia.
Cosas inverosímiles: que se celebrara en la sede de los partidos fiestas. En la del espídico con globos, de fondo un retrato vestido con la camiseta de la Roja, y espíritu de haber ganado las elecciones. Conclusión: saben que no gana, tenían comprados los globos y los usaron ya. Esta vez Rivera puso en el atril una foto de Otegi. Sus sobreactuaciones empiezan a producir estupefacción. Cuando se siente acorralado dice: «no se ponga nervioso señor Sánchez». El señor Sánchez se aferra al BOE, es su discurso. Iglesias toma mucha valeriana y tila. Intenta hablar en serio en un plató que Rivera confunde con “Sálvame” y Casado con un documental del NO-DO. Zipi y Zape se pelean como macarrillas imberbes.
Uno debe aferrarse a la estupidez como denominador común. Aguantar estas brasas, pensar en programas, sentir que la Cultura es un obstáculo para estos mendas. La privada tuvo aires de televisión pública. Me parecen siempre más atractivo los minutos previos y los posteriores, en el plató, cuando los nervios atenazan y cuando la euforia nubla. Positivo en abstracto: Iglesias hablando distendidamente durante muchos minutos con Casado y su esposa. Albert Rivera pululaba buscando algo, ¿el pollo, el lavabo, a su familia que ahora son todos los españoles?