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DE REOJO

Oasis


Fuera del oasis vasco, lugar políticamente propenso al pintxo de tortilla, la transversalidad ferroviaria y las mayorías silenciosas presupuestarias, parece que por allí donde se ponen los osos a las sombras de los madroños se vuelve al extremo centro, un concepto ente religioso y militar, pero que debe ser una suerte de agujero negro donde hay puertas giratorias por todas las esquinas de su círculo imperfecto pero vicioso de día y caritativo de noche. O viceversa.

Los habitantes del oasis, una vez cruzados los riscos de Pancorbo empiezan a sentir el vértigo de la política de temporada, es decir, la que se acomoda a cualquier circunstancia, lo mismo que hay vinos riojanos que maridan con verduras, carnes blancas, lácteos y pescados de una manera mágica y universal. Al igual que hay una leyenda urbana, social y de cuñados que dice que clase media es todo aquel que tiene teléfono con cámara, cartilla de la Seguridad Social y puede comer tres veces al día, sin importar los ingresos reales anuales, también se asegura que ser de centro es porque uno dice ser de centro. Lo mismo que ser constitucionalista es ser alguien que no se ha leído la Constitución, que incluso la votó en contra, pero que ahora se ha apropiado de su espíritu porque rima con independentista y comunista. En la meseta concurren circunstancias que a los habitantes del oasis les cuesta reconocer. Uno puede decir el mismo discurso en nombre de tres o cuatro opciones partidistas y no caerle la cara de vergüenza. Reconocer a los nómadas de la política es muy difícil, porque los desiertos ideológicos producen muchos espejismos. Así como ese centro que buscan desde hace décadas siempre está lejos, la coherencia y la honestidad son fruslerías de extremistas. El espectro del defenestrado Javier Maroto vaga perdido sin encontrar el retorno al oasis.