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Desde Lisboa a Durango, un abrazo


Uno de los recuerdos más agradables que guardo de mi última visita a Lisboa es el de dos jóvenes con un cartel que decía: regalamos abrazos. Ocupaban una concurrida esquina del Chiado, cerca de la terraza del café A Brasileira y de la estatua de F. Pessoa. Turistas y curiosas como yo se paraban ante ellos para ser abrazadas en medio de un ir y venir de gente que apenas se miraba a los ojos. Luego entregaban un texto, donde explicaban el porqué de su gesto y, con una sonrisa, continuaban su tarea hasta construir una insólita denuncia de abrazos anónimos. Contra la incomunicación, el individualismo, el desarraigo y la soledad de las sociedades capitalistas, ellos reivindicaban tres cosas: acercamiento, empatía y solidaridad con los «otros» que nunca vemos. Hoy, 15 años después, en una Europa todavía más neoliberal, con el fascismo llamando a sus puertas y colándose en las políticas de sus instituciones, el abrazo vuelve a tener un protagonismo tan insólito como lo tuvo en Lisboa. Igual que en otras ciudades del continente, mañana, en Durango, miles de personas, invitadas por OEE, detendrán su camino para abrazarse y comprometerse en una denuncia internacional contra el populismo fascista y el racismo. Si como dice Neruda el abrazo es algo grandioso, «la expresión de la propia existencia», mañana puede ser el comienzo de un gran tiempo contra el neofascismo.