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Sin alternativa


Ya va para dos años que Emmanuel Macron fue entronizado como el octavo presidente y el más joven de la Vª República francesa. Había ascendido a los cielos de la política como el ala derecha de una izquierda de vinilo y se había presentado a las presidenciales como la nueva estrella del centro, iluminada por las principales empresas de la bolsa de París. Su victoria en la recta electoral final frente a la extrema derecha le acabó otorgando un halo divino del que no ha querido desprenderse, hasta el punto de afirmar aspirar a una presidencia «jupiteriana» al estilo de De Gaulle o de Mitterrand. Ya va para dos años que a golpe de sonrisa este aspirante a Júpiter intenta acomodarse en el Elíseo sin lograrlo del todo, entre otras razones porque su política neoliberal y sus recortes han provocado tal cataclismo social que desde hace seis meses las protestas en la calle son incesantes, desde los chalecos amarillos hasta la manifestación del primero de mayo reprimida con una brutalidad inusitada en el país de los Derechos Humanos. Tal es el desastre, que ha logrado que por primera vez en décadas todos los sindicatos aparquen sus diferencias y llamen a una huelga general de la función pública para este jueves con la dimisión como bandera. Pero lo tenemos claro, porque le queda un G7 en Biarritz y luego un lustro en París. Y lo peor: en este Olimpo no hay alternativa.