Víctor ESQUIROL
TEMPLOS CINÉFILOS

Un compromiso efímero

El binomio compuesto por Ken Loach y el Festival de Cannes (idílica relación refrendada con ni más ni menos que dos Palmas de Oro) es una paradoja en sí misma. Sorprende, al menos desde la siempre flexible esfera de los valores, el que el supuesto paladín en la gran pantalla de la causa obrera decida presentar sus trabajos más importantes en la que seguramente sea una de las celebraciones más elitistas del mundo. Pero en fin, que de extrañas parejas vive también el cine.

Y si no, preguntemos al cómplice necesario de tan reverenciado cineasta. El guionista Paul Laverty completa el equipo de sospechosos habituales para que todo esté en orden en “Sorry We Missed You”. El nuevo título del cine social de prestigio británico pone el foco de atención sobre la rabiosa actualidad de los falsos autónomos. Apurado por las asfixiantes necesidades del fin de mes, un padre de familia cae en la trampa del trato con el diablo: una empresa le promete ser dueño de su propio destino a cambio de la retribución más fundamental. Esto es, dinero a cambio de servicios prestados.

Hasta aquí, todo bien... Pero al poco rato, y como cabía esperar, los encargos se acumulan de manera abusiva, y los insostenibles tempos laborales acaban dictando el ritmo de las constantes vitales familiares. Hay trabajo, pero todo se viene abajo. Loach y Laberty, tal para cual, conciben un acertado retrato sobre la precariedad de nuestros tiempos. Los nuevos modelos económicos se ceban con los desfavorecidos de siempre, a lo mejor para asegurarse de que la Historia siga por sus desiguales cauces. Cine de corte naturalista asentado en unas tesis sociales ciertamente muy defendibles; dignificado por el estupendo trabajo actoral... pero a la postre malogrado por esa tan característica y malsana afición de Loach y Laberty por la tragedia.

Al final (y esto lo sabíamos desde el principio) se impone el fatalismo. Cualquier resquicio por el que pudiera colarse un rayo de luz, es rápidamente tapado por la seguridad (¿sádica?) de que el sistema siempre se las ingeniará para aplastar al individuo. No hay orgullo de clase, sino más bien depresión compartida. No hay alegría, solo un enfado que a estas alturas (82 años de edad tiene Mr. Loach) ya huele demasiado a perreta de cascarrabias.

En las antípodas de este cine y de estos modelos productivos, el “Rocketman” de Dexter Fletcher. Presentado Fuera de Competición, se trata del biopic de Elton John que pedían a gritos... las astronómicas cifras en taquilla de “Bohemian Rhapsody”. Cannes se olvida inmediatamente de Loach, y celebra la pompa extravagante de uno de los más-que-probables éxitos comerciales de la temporada. Atrás quedan los reproches políticos. Lo que toca ahora es abrazar la contagiosa frivolidad circense de los buenos espectáculos pop. Ante el reto de ponerse en la piel de dicha estrella de la música, el joven Taron Egerton no se arruga, al contrario. Lo mismo sucede con un director tan a gusto con la propuesta, que se la toma desplegando y derrochando recursos a escala de superhero movie. Y todos tan felices. Loach y Laverty siguen remugando al fondo, pero apenas se les oye.