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ANIVERSARIO DE LA MUERTE DE GLADYS DEL ESTAL

40 AÑOS DE AQUELLA LUCHA POR LA VIDA QUE ACABÓ EN MUERTE

El 3 de junio de 1979, hace exactamente 40 años, la joven ecologista de 23 años Gladys del Estal Ferreño recibió un disparo en la nuca realizado por el guardia civil José Martínez Salas. Él fue condecorado; ella nunca fue reconocida como víctima del Estado.


Son las cuatro de la mañana del 28 de marzo de 1979 en Three Mile Island, una isla situada en el río Susquehanna, cerca de Harrisburg, estado de Pensilvania, en el noreste de Estados Unidos. Un fallo en el circuito secundario de la planta nuclear provoca el considerado más grave de los accidentes nucleares civiles, de categoría 5 en la Escala Internacional de Accidentes Nucleares (INES), solo por detrás de Chernobil, ocurrido siete años después, y el de Fukushima, en 2011. No podemos demostrar que el aleteo de una mariposa en Brasil pueda producir un tornado en Texas, pero sí que la fusión parcial del núcleo que sufrió el reactor TMI-2 de la central de Harrisburg incidió indirectamente en lo ocurrido a 6.000km de distancia, concretamente en el destino fatal de la ecologista Gladys del Estal, de 23 años, muerta por el tiro disparado a bocajarro por el guardia civil José Martínez Salas el 3 de junio de aquel año en Tutera, en la jornada internacional de acción contra la energía nuclear.

Harrisburg fue una de las causas subyacentes de la activación del movimiento antinuclear en Europa, pero en el Estado español ya llevaba años gestándose como punta de lanza del ecologismo, en oposición al plan energético de 1975, que pretendía impulsar la construcción de 25 centrales nucleares, de las que cuatro se levantarían en Euskal Herria: Lemoiz, Ispater, Deba y Tutera. «Se acuerda realizar manifestaciones descentralizadas en Europa», recuerda el ecologista Sabino Ormazabal. Sin embargo, en el caso de Tutera, a la protesta antinuclear organizada por los Comités Antinucleares de Euskadi y la Asamblea para la Defensa del Medio Ambiente de la Ribera (ADMAR), se incorpora la lucha contra el polígono de tiro, ubicado en las Bardenas desde el año 1951. «Aquel domingo era un día reivindicativo, se hizo un llamamiento para acudir a Soto de Vergara, donde se iba a construir la central», explica Ormazabal, que recuerda perfectamente lo que rezaba el cartel: «Zentral nuklearrik ez/Fuera yankis de las Bardenas».

Erribera era vanguardia de la lucha ecologista y aquel día autobuses de toda Euskal Herria partían hacia su capital, uno de ellos organizado por Gladys del Estal. Natural de Caracas, llegó al mundo en 1956, veinte años después de que sus padres se exiliaran de la guerra de 1936. Su padre, Enrique del Estal, se alistó en Euzko Gudarostea para después acabar por iniciativa propia en el batallón socialista Meabe. Tras conocer el horror de los campos de concentración, decidió marcharse a Caracas, donde conoció a Eugenia Ferreño, expatriada perseguida por figurar en la lista de donantes para el sostenimiento del diario comunista ‘‘Euzkadi Roja’’. Ambos decidieron volver a Donostia en 1960, al barrio de Egia, cuando Gladys del Estal tenía cuatro años. «Era comprometida allí donde estuviese, con cierta tendencia al sarcasmo que caracteriza a las personas serias», recuerda Rafa Aldai. Conoció a Del Estal en una escuela para adultos, de iniciativa social, donde ambos daban clases de matemáticas. Él estudiaba física y ella química; él militaba en el Movimiento de objeción de conciencia (MOC), y ella en el colectivo ecologista de Egia. «En ambos sectores estaba vigente la lucha antinuclear y la acción no violenta», remarca.

Sentada fatídica

Los actos, cuyo inicio estaba previsto para las once de la mañana, comenzaron con un retraso de más de dos horas. Efectivos de la Guardia Civil habían establecido controles en los accesos a Tutera, que iba a acoger la llegada de unas 6.000 personas. «En vez de dejar que los autobuses entraran, nos hicieron dar la vuelta y desviarnos al otro lado del Ebro, a 50 kilómetros», explica Ormazabal. Las primeras elecciones municipales tras la muerte de Franco se habían celebrado el 3 de abril, y varios consistorios de Erribera habían pedido el desmantelamiento del polígono de tiro y la paralización de la central nuclear. Al mismo tiempo, el todavía Consejo General Vasco trabajaba en un informe sobre el accidente de Harrisburg, y el parlamentario de Euzkadiko Ezkerra Javier Olaverri iba a dar una charla a las cuatro de la tarde. Sobre las cuatro y cuarto, recuerda Ormazabal, un autobús y tres range rovers de la Policía, que fugazmente había mudado del gris al azul, hicieron acto de presencia en el Prado. Según relatan las crónicas, el teniente alcalde Antonio Bueno, el presidente de ADMAR, Facundo Salcedo, y otras personas acudieron a dialogar con el teniente que mandaba el contingente policial. Sin embargo, el mando ordenó cargar contra los concentrados. «No había sitio donde esconderse, era una explanada y la gente estaba con sus familias», rememora Ormazabal. La Policía impidió la entrada a Tutera y ordenó a los concentrados volver a los autobuses. Ormazabal recapitula y menciona cómo un grupo de personas se sentó «en forma de protesta, en un puente que estaba entre el Prado y el autobús; escuché cómo quitaban el seguro de sus armas». Se trataba de tres guardias civiles, según explica Aldai, que estaba presente en la sentada. «Teníamos un protocolo de acción pero vimos cómo se acercaban con actitud agresiva», especifica. A partir de ahí, no está del todo claro cómo sucedieron los hechos; pero Ormazabal recuerda que un agente, Martínez Salas, «fue a pegar a Gladys y acabó pegándole un tiro en la nuca». El cuerpo de la joven quedó tendido en la calle. «La dejaron ahí muerta en el suelo. Llegó muerta al hospital», añade Ormazabal.

La indignación generada por estos hechos se extendió por toda Euskal Herria y las protestas fueron numerosas. El Ayuntamiento de Tutera, en un pleno de urgencia, realizó un llamamiento a la desobediencia civil ante las fuerzas policiales y a una huelga general de dos días. «La rabia era total, queríamos denunciar la situación. En Egia, la Policía ocupó el barrio, entraba a cortar toda rebeldía», recuerda Aldai.

En medio de las barricadas, las detenciones, las manifestaciones y los actos de solidaridad que se extendieron por toda Europa, el Gobierno Civil, a cuyo frente se encontraba Eduardo Mejide, hizo pública su versión: «Un manifestaste agarró por detrás tirando con fuerza de la metralleta (...), tratando de arrebatársela. En el forcejeo se produjo un disparo del arma que alcanzó a Gladys del Estal Ferreño».

En diciembre de 1981, un juzgado de Iruñea condenó a 18 meses de prisión a Martínez Salas y el 15 de enero de 1984 el Tribunal Supremo ratificó la sentencia como responsable de un delito de «imprudencia temeraria con resultado de muerte». Un ecologista mallorquín fue condenado en aquellos años a un año de prisión por el ‘delito’ de colgar una pancarta en protesta por la muerte de la joven ecologista.

Del Estal nunca sería reconocida como víctima, mientras que su verdugo fue condecorado con la Orden del Mérito del Cuerpo de la Guardia Civil en 1982 y, diez años más tarde, se le otorgó otra cruz al mérito militar. En enero, el Gobierno de Nafarroa no pudo llevar a buen término el reconocimiento institucional a Del Estal y a otras víctimas como víctimas del Estado porque la ley navarra de memoria fue recurrida por el PP y anulada posteriormente por el Tribunal Constitucional.

En el 40 aniversario de su muerte, la plataforma ‘Gladys del Estal gogoan’ ha realizado varios actos en memoria de aquella luchadora por la vida convertida en símbolo. «Aprovechamos para recavar y recordar lo que pasó. Por otro lado, queremos dejar patente que las reivindicaciones que se hacían entonces siguen vigentes», subraya Aldai.

 

Concurrido acto en donostia.

Más de 500 personas participaron ayer en el homenaje celebrado en Egia en memoria de la joven activista, organizado por el grupo ecologista y antinuclear Eguzki y Gladys Gogoan Ekimena. Una marcha en bicicleta recorrió las calles de Donostia antes del acto, en el que se realizó una ofrenda floral, unida a danzas, canciones y reivindicación.Jon URBE | FOKU