08 JUN. 2019 PERFIL Incompetente por herencia poscolonial Dabid LAZKANOITURBURU Theresa May dimitió ayer al frente del Partido Conservador, lo que certifica la defunción política de una mujer que recibió las llaves del número 10 de Downing Street con el encargo de gestionar la salida británica de la UE. Un Brexit que resultó sorprendentemente aprobado en el referéndum de junio de 2016, y que, tras forzar el retiro de su convocante, David Cameron, ha terminado igualmente fagocitando a su sucesora. Hija de pastor y reputada por su dedicación –el calificativo de empollona le va al pelo–, May no hizo ascos a un encargo complicado, el de dirigir un país polarizado y que atraviesa uno de los períodos más delicados de su historia. Y es que el Brexit, que no es sino el síntoma de una crisis política existencial de Inglaterra, podría decantar la balanza en favor del soberanismo en Escocia y en el norte de Irlanda, para terminar desgajando un Reino (cada vez más) Desunido. Parodiada y bautizada con el sobrenombre de «Maybot», contracción de «May la Robot», por su frialdad y sus reiterativos y mecánicos discursos públicos, esa total falta de carisma no fue nunca un freno a su ambición política. Pese a su timidez natural –que su figura desgarbada remarca todavía–, May albergaba desde joven grandes planes. Margaret Thatcher, la Dama de Hierro, frustró su sueño de convertirse en la primera jefa de Gobierno de Gran Bretaña. Logró, eso sí, y tras una campaña contra la excesiva derechización del partido, convertirse en 2002 en la primera secretaria general tory, cargo al que tuvo que renunciar ayer después de la enésima rebelión interna tras la que el pasado 24 de mayo se vio forzada a tirar la toalla. Hasta ayer, cuando formalizó la renuncia que anunciara, ahogada en lágrimas, hace dos semanas, el 24 de mayo, poniendo punto final a sus tres años de mandato, que recibió de manos de su mentor Cameron en julio de 2016, tras haber detentado desde 2010 la cartera de Interior. Seis años en los que fue adalid de la dureza contra la inmigración. Y es que May no pasará precisamente a la historia por su coherencia a la hora de mantener unos principios. Antes del referéndum, se pronunció con la boca pequeña por seguir en la UE, pero con el resultado en la mano y ya en Downing Street, hizo suyo el mantra «Brexit is Brexit» y apostó por «un divorcio sin acuerdo antes que por un mal acuerdo». Ese giro puede disculparse por la ambición y May siempre podrá defender que respondió a un mandato democrático, pero, en cualquier caso, no ha sido el único ni el mayor error de su mandato. Elecciones anticipadas boomerang Porque seguro que nunca se arrepentirá lo bastante por haber convocado elecciones anticipadas en junio de 2017, cuando no llevaba ni un año en el cargo. La apuesta resultó un fiasco y dejó a su mayoría parlamentaria atada de pies y manos a los unionistas noirlandeses y debilitada ante el sector brexiter de los tories. Tampoco resultó fortalecida su estrategia –para algunos la falta de ella– negociadora ante la UE. Desde entonces, May fue dando tumbos y ganándose enemigos tanto dentro como fuera de su partido hasta el desenlace final. Tras ver cómo el Parlamento de Westminster rechazaba tres veces el acuerdo sobre el Brexit que firmó con Bruselas a finales de 2018 y que asumía concesiones para no reinstaurar la frontera interna entre el sur y el norte ocupado de Irlanda, la todavía premier hizo un último y desesperado intento de negociar con la oposición laborista. Demasiado tarde. La lista de agravios y de errores imputables a una política a la que la historia no reservará precisamente un lugar de honor es larga y seguro que merecida. Con todo, resulta sencillo dar lecciones a toro pasado ante un cadáver político. Pero, y sin que sirva de descargo, quizás sea que May, y en general la gestión del Brexit, personifica como nadie y nada la incompetencia de la clase política británica tradicional. Una incompetencia temeraria, y, por tanto, criminal, que rememoran hoy no pocos al recordar la desastrosa Partición de India en 1947. Desde entonces, Gran Bretaña y sus dirigentes han sido y son incapaces de asumir que no son ni la sombra de aquel imperio marítimo que forjó en su día el orden mundial y siguen buscando culpables, sobre todo al otro lado del Canal. Y, lejos de aprender de sus errores partiendo del principio de realidad, esos mismos dirigentes no hacen sino alimentar su incompetencia, hasta extremos autodestructivos. Porque May se va pero el problema sigue ahí y la Partición podría volver, como un boomerang, al propio Reino Unido (¿Justicia histórica?). Y sus restos podrían quedar paradójicamente al albur de su antigua colonia estadounidense. Escuchen a Trump.